martes 03 de marzo de 2009, 13:52h
¿Imaginó alguna vez el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, que sus años de lucha contra la dictadura de los Somoza en Nicaragua no terminarían en un país liberado, donde por fin los ciudadanos podrían armonizar democracia y progreso, sino en esta especie de retorno al pasado, donde otra vez la república es dirigida por un caudillo cuyo autoritarismo y despotismo no tienen nada que ver con los ideales revolucionarios de los 60 y 70? "Tengo libertad para todo menos para decir en público lo que pienso" confesó el octogenario autor que escribía en los años revolucionarios del siglo pasado: "¡Nicaragua sin guardia nacional, veo el nuevo día!/ Una tierra sin terror. Sin tiranía dinástica. Cantá, cantá zanate clarinero/ Ni pordioseros ni prostitución ni políticos./ Claro, no hay libertad mientras haya ricos/ mientras haya libertad de explotar a otros, libertad de robarle a los demás/ mientras haya clases no hay libertad".
A los 31 años, Cardenal ingreso a un monasterio trapense para el noviciado. En el monasterio tuvo la influencia de Thomas Merton, el poeta y monje y se ordenó como sacerdote en 1965. Nunca consideró que la poesía, la piedad religiosa y la lucha por los demás, estuviesen divorciadas. En ello coincidía con el sentir de la intelectualidad de izquierda que exigía el compromiso de poetas, escritores, músicos y, como pronto se vio, con el ejemplo de Camilo Torres en Colombia, también de los sacerdotes y religiosos. Por ello aceptó ser ministro de cultura de la revolución Sandinista triunfante. Por ello también, sufrió directamente de Juan Pablo II durante su visita a Managua en 1983, públicamente al saludar al Pontífice el gabinete, una llamada al orden que fue interpretada como una desautorización de la teología de la liberación tan en boga en Centro América y en general en América Latina y una reprimenda personal con un tinte de amenaza: "Usted debe regularizar su situación". Probablemente, no le afectó demasiado. Era parte de la exigencia de los nuevos tiempos sufrir incluso las persecuciones de los dirigentes de la madre Iglesia.
Ahora, Cardenal, como trae "El País" de Madrid a propósito de su visita reciente a España, está desencantado. Desencantado de una revolución que hace involucionar a Nicaragua y que ha sepultado los sueños de transformación. Desencantado por "
la pérdida de la revolución y la traición que los que ahora gobiernan Nicaragua hicieron de ella. Allí no hay nada de izquierda, nada de revolución, nada de sandinismo. Lo que hay es nada más corrupción y dictadura. Una dictadura fascista, familiar, de Daniel Ortega, su mujer y sus hijos".
Debe ser duro para un hombre que vivió tantas esperanzas y lloró por tantos muertos, descubrir que la perversidad no está repartida a la derecha de los que se proclaman revolucionarios y que los clichés que se repiten hoy en América Latina sobre los nuevos tiempos no esconden sino lo de siempre, la búsqueda del poder, el caudillismo, la intolerancia, la destrucción del que piensa diferente. Es una lección difícil de aprender y de la que no se sacan las consecuencias todavía. Las proclamas por la igualdad social no inoculan contra la perversidad.