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La Muerte del Capitán América

jueves 15 de marzo de 2007, 09:04h
Todo lo que empieza tiene que acabar. Esta es una máxima insoslayable de la naturaleza. Sin embargo, podemos aprender mucho de cómo, cuándo y, en un ejercicio aún más arriesgado de conjetura, por qué termina cada cosa.

En 1941 Joe Simon y Jack Kirby crearon al Capitán América, un superhéroe que simbolizaba los valores de la democracia americana y luchaba contra el nacionalsocialismo. Su lema era libertad y justicia para todos, lo que le convertía en el heredero natural del espíritu del liberalismo de Woodrow Wilson, que en 1917 había metido a Estados Unidos en la Gran Guerra con el fin de extender la democracia a la americana por todo el mundo y asegurar la libre autodeterminación de los pueblos. Wilson pensaba, retomando el argumento de Immanuel Kant en “La Paz Perpetua” de 1795, que la guerra era cosa de regímenes autoritarios que no respetaban la voluntad de sus ciudadanos.

El proyecto de Wilson fracasó, y el mundo debió enfrentarse a la Segunda Guerra Mundial. Entonces Washington cambió al diplomático por el guerrero, y extender el modelo de la ‘Pax Americana’ se convirtió en una misión para un soldado superdotado como el Capitán América. Tras 1945 y vencido Adolf Hitler, el Capitán se convirtió en el martillo de los comunistas. Pero he aquí el dilema de los que consagran su vida únicamente a una causa, y este es que cuando esa causa desaparece, su vida pierde sentido. En 1991 el bloque soviético implosionó, y así, la hegemonía americana por la que el Capitán América tanto había luchado se hizo realidad. A cambio, este perdió su razón de ser: la lucha contra un malvado enemigo que comprometiera los valores de su país.

Sin embargo, en septiembre de 2001, pareció hacerse la luz. Los tambores de guerra sonaron de nuevo y el Capitán América, tras una década a la sombra, fue requerido por la democracia americana. Y es aquí donde ocurrió lo inesperado. El Capitán América, quizá cansado de batallar, sufría una importante crisis de identidad. El mundo era muy distinto del que él había conocido en un principio. Había nuevas amenazas, nuevos retos y nuevas vías de acción. El pueblo se dividió. Algunos defendían que el superhéroe debía estar en Irak tirando de la soga de Saddam Hussein, mientras que otros consideraban que su sitio estaba en las manifestaciones contra el gobierno de George W. Bush. Pero el Capitán América no tuvo que elegir. Como ocurre con frecuencia en la vida, los acontecimientos eligieron por él. En el último comic de la saga, la Ley Antiterrorista promulgada tras el 11-S obliga a las personas con superpoderes a inscribirse en un registro especial, lo cual es rechazado por el Capitán América. Por esta razón el héroe es llevado ante los tribunales, donde de hecho es asesinado por un francotirador.

La muerte del Capitán América pone de manifiesto más de lo que a simple vista parece. Supone la asunción por parte de la cultura popular de que los tiempos cambian. La lucha que libra el Capitán América por los valores que Thomas Jefferson, John Adams o Benjamin Franklin instituyeron en 1776 ya no es contra nazis o comunistas, sino contra el propio gobierno de los Estados Unidos y su deriva autoritaria. Bush ha creado un clima de miedo tal que el propio Capitán América, un personaje que ha llevado las barras y estrellas por más de 75 países y en más de 210 millones de comics vendidos desde su nacimiento, ha pasado a ser un traidor y un proscrito. Los héroes también mueren, sí, pero a veces lo más importante no es lo que muere con ellos, sino la semilla que deja su sacrificio.
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