La encuesta

Las ocas del CIS han hablado y los estados mayores de los dos grandes partidos nacionales han acusado el golpe. De puertas afuera, todos aparentan estar contentos. Zapatero suspende y Rajoy  no levanta cabeza, pero Blanco se queda con la intención de voto y Acebes habla de empate. Todos tienen razón, pero algo va mal para todos. El PSOE paga los errores de Zapatero, no los aciertos de un Rajoy al que la encuesta coloca por debajo de Llamazares en la escala de estima de los ciudadanos.

En tres meses el Partido Socialista ha perdido dos puntos en estimación de voto. La gente rechaza la inseguridad en la conducción de los asuntos públicos, los cambios de rumbo, la sensación generalizada de que el presidente del Gobierno improvisa. La encuesta se realizó en los días del sainete de la designación de candidato a la alcaldía de Madrid con Pepe Bono bailando la yenka, ZP presionando a Fernández de la Vega y un desconocido Sebastián apareciendo a última hora en escena para ser presentado como la octava maravilla del Universo. No hay más que escuchar a Joaquín Leguina, para comprender que el entusiasmo de los socialistas madrileños por el candidato es perfectamente descriptible. Todo eso se refleja en los estudios de los sociólogos.

Lo mismo que el cuarto de millón de votos perdidos por el PSC en  las elecciones celebradas en Cataluña como castigo a una forma de hacer política que la izquierda no identifica como propia. Puede que a Zapatero también le esté pasando factura la ambigüedad con la que está llevando el proceso de negociaciones con la ETA. La gente corriente -que apoya la idea de la paz, pero no a cualquier precio-, no acaba de entender el masoquismo político que rezuma el proceso. No comprende que la banda robe armas y mande cartas de extorsión o que sus turiferarios ataquen las sedes sociales del PS de Euskadi y el presidente mire para otro lado y se vaya a Estambul a arreglar lo de Palestina cuando aquí tiene tanto por hacer.

Del Gobierno todos bajan en la encuesta menos la vicepresidenta, la señora Fernández de la Vega. Quizá por eso la querían jubilar mandándola a estrellarse en la lucha por la alcaldía de Madrid.