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Pedro J., ¡Nada más y nada menos que un periodista!

miércoles 22 de noviembre de 2006, 08:06h
La Federación Española de Asociaciones de Periodistas de España concede su premio anual a Pedro J. Ramírez, en reconocimiento a su trayectoria profesional, lo cual por lo polémico del personaje, sin duda dará que hablar. Dada la vocación caínista de nuestra profesión -tan dada a hablar bien del compañero solo cuando le llega la parca- he pensado que no estaría mal trazar un perfil del premiado aún a riesgo de ser criticada por el hecho de que soy colaboradora del medio que él dirige, aunque nunca ha estado en su plantilla. Solo desde el desconocimiento del personaje o desde la mala fe alguien puede pensar que este periodista, adicto al trabajo, se pude dejar influir por el halago fácil y mucho menos ser vulnerable al peloteo barato, más bien al contrario. Si alguien pretende llegar a él por ese usual y despreciable método le recomiendo que pierda toda esperanza...

Es de ese tipo de hombres que ha hecho de su profesión una forma de vida, que la ha convertido en una especie de sacerdocio -laico en lo social y escrupulosamente liberal en lo político- al que se entrega a diario con pasión y vehemencia, cuyo nivel de  autoexigencia y dedicacion no conoce límites. De ahí que forme parte de ese grupo de personas que han nacido con el estigma del elegido, con ese punto de insolente genialidad que se escribe -en muchas ocasiones- con renglones torcidos y atraviesa un camino plagado de  dificultades, lleno de luces y sombras que en su caso tiene único destino: el ejercicio del periodismo como contrapoder. Pedro J. Ramírez tomó su bautismo de fe profesional nada más terminar la carrera en Navarra, cuando ¡cosas del destino! se trasladó como profesor de Literatura española a Pensilvana. Allí se dio de bruces con el famoso caso Watergate, que marcó a fuego su forma de ser y entender el periodismo. Inmediatamente desarrolló un finísimo olfato para detectar la noticia, atrapar a la pieza, tirar del hilo que conduce a la verdad por dura y descarnada que sea y hacerse inmune a las presiones por grandes y poderosas que se pretendan. A la precoz edad de 28 años dirigió su primer periódico: Diario 16, donde ¡muy propio en él! se jugó el cargo por su beligerante defensa de la libertad de expresión. Cuando su carta de despido estaba todavía caliente enarbolo la bandera del "no pasarán" frente a los nuevos inquisidores de la censura y la mordaza y aplicándose la vieja máxima de que "quien resiste gana" se puso manos a la obra, revivió como el ave Fénix, e hizo realidad un nuevo sueño : El mundo del siglo XXI.

Es, según sus amigos, un hombre valiente, de firmes profundas e  inquebrantables convicciones democráticas, que rara vez tira la toalla. Por contra, sus enemigos le tachan de gran conspirador, de malvado manipulador y pretenden oscurecer su trayectoria  etiquetándole como una especie de perejil de todas las salsas, utilizando contra él palabras de grueso calibre y peor transcripción. Mientras, él.... ante la crítica y el halago, al menos en apariencia, se muestra indiferente.

Tal vez por eso cuando le preguntas si prefiere tener influencia o poder responde, invariablemente, "ni lo uno ni lo otro, yo solo quiero ser periodista ¡nada más pero nada menos que periodista! En mi modesta opinión uno de los grandes, un espejo en el que -mal que les pese a algunos- a muchos profesionales nos gusta vernos reflejados. Sea como fuere, la figura del poliédrico Pedro J. Ramírez -odiado y temido por unos y admirado por otros- a nadie le deja indiferente. Para mí es genio y figura, un volcán en permanente erupción a quien -también en lo personal, como hombre de carne y hueso, padre de tres hijos, con sus emociones y tristezas- le puedo dibujar en mayúsculas y con negritas.

Sus momentos más amargos y también los más felices han tenido que ver con la suerte que han corrido sus colaboradores en el cumplimiento de su sacrosanto deber de informar. Le he visto tragar saliva, contener la rabia e intentar aguantar imperturbable el tipo como fuera -para que no le viéramos derrumbarse y llorar- cuando le han informado del secuestro o muerte en guerras o atentados de alguno de sus redactores y alegrarse como si de algo propio se tratara cuando estos han recibido alguna buena noticia personal o profesional. Esos instantes en los que aparece el ser humano en carne viva, alejado de los focos y las cámaras son, créanme, los mejores, los que yo prefiero mantener en la retina y en el recuerdo. Con eso me quedo y con la frase de Walter Lipmann que él ha convertido en su catecismo particular como antídoto frente a la vanidad "recuerda muchacho que tus grandes exclusivas de hoy envolverán el pescado de mañana". Juzguen ustedes...

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