Nuestro Gobierno se afana. Lo hace de manera casi compulsiva. Consejo de Ministros deliberativo para realizar un balance, para el que hubiera bastado una reunión del Ministro de Trabajo con las dos vicepresidentas y del que, así son las cosas en política, quedó lo de los brotes verdes. Más allá de Moncloa, el portavoz socialista también tiene sus afanes, que no son otros que llegar el martes con unos mínimos acuerdos. El ministro de Fomento no ha podido hacer más de lo que ha hecho, al comprometer que para el próximo mes de enero la Generalitat tendrá las Cercanías y ello sin olvidar al vicepresidente
Chaves, que estrenó su cargo también Cataluña.
Todos estos afanes resultan pequeños al lado de la capacidad del Presidente del Gobierno para caminar por el alambre sin caerse. Cuando parece que está
exhausto, realiza un movimiento inesperado y los que sujetaban la manta para suavizar la caída, ven como el equilibrista coge aire y se endereza. Hasta el momento así ha sido, aunque es verdad que nunca hasta ahora, desde que llegó a Moncloa, ha habido cuatro millones de parados y uno de esos millones ya sin cobertura, o a punto de agotarse. Nunca hasta ahora había tenido al PNV enfrente. Y como ya son muchas las fechas señaladas para culminar la financiación catalana y nunca se han cumplido, el nicho catalán está un poco más alborotado y ahora es más trabajoso de desbrozar.
En alguna ocasión, en estas mismas líneas, se ha aludido a la magia del Presidente, que unida a su capacidad para el equilibrismo, ha sorteado, con muy escasas rozaduras, todos los charcos que ha ido encontrando. Ahora se le ha agotado lo primero, la magia, pero siempre le quedaran sus dotes de equilibrista. Veremos un alarde en el debate, que se inicia el martes en el Congreso.
No hay persona relevante en el mundo de la economía y de las finanzas que no esté reclamando reformas, pero las cosas no van a ir por ahí. Desde el día uno, el Presidente tomó posición y discurso para la crisis. Ambas cuestiones han quedado selladas el pasado primero de mayo, cuando con nitidez sorprendente, los sindicatos coincidían casi textualmente con el discurso del Presidente. Ha conseguido así bailar un vals en un ladrillo. Y hay que preguntarse: ¿Le ha ido mal? Las encuestas no le dan, ni mucho menos, como un derrotado. De momento, solo ha intuido el abismo de la soledad, que se ha disimulado hablando de la "geometría variable", o sumándose a las propuestas de la oposición. Pero el equilibrista conoce el alambre. Sabe cómo moverse, de ahí que eso de la derrota ni se lo plantee.
Ahora, en un alarde de nuevo ejercicio de equilibrista, el Presidente es seguro que propondrá medidas. Entre ellas, garantizar la cobertura del paro para quienes la hayan agotado, o anunciar nuevas propuestas en relación con el automóvil. Pero lo interesante es el tirabuzón que sin solución de continuidad va a realizar, de manera que va a llevar el debate al futuro para hablar de la formación, de la educación, de la competitividad... El intermedio, ese tiempo desconcertante entre el hoy y ese futuro -que según muchos, cada vez más, debe ser aprovechado para encarar reformas-, apenas si va existir.
El PP y Mariano Rajoy que no se confíen. El líder de la oposición también prepara su intervención. Normalmente estos debates los gana el Gobierno. Es el Ejecutivo, el Presidente, quien tiene los instrumentos para salir triunfante. El gran éxito para todos sería el ver como se suscriben amplios acuerdos, pero a falta de ellos, Mariano Rajoy no quedará mal parado si del debate no sale solo.