Querido Hermann:
Esta no es ni siquiera una carta de solidaridad porque ni la necesitas ni soy el más indicado para estos ejercicios; las cosas son así y ni a ti, imagino, te ha cogido de sorpresa tu salida de "El País". Pero es triste a estas alturas que una vez más, se nos recuerda a todos que las cosas no cambian, que más pronto que tarde hay que pagar el precio por mantenerte fiel a tu libertad, por la independencia, por el pensamiento propio.
Algo sé de todo eso y estoy seguro de que el sentimiento que ahora puedas tener no es el del cabreo o la ira sino más bien el de la pena, esa extraña sensación de que todo cuanto se hizo por llegar hasta aquí por tanta gente, se borra de un plumazo, se desbarata, se diluye, y precisamente quien más alto grita la palabra libertad es quien primero la vulnera. De nada sirve una trayectoria intachable, el reconocimiento de lectores y compañeros, las asociaciones que teóricamente deberían defendernos: al final uno siempre se queda solo frente al Poder y el Poder entonces olvida su propio discurso y hace patente su más patética contradicción.
Sé de sobra que no te van a faltar medios en los que seguir expresándote, en los que continuar informando sobre tu discurso con el que coincido algunas veces y con el que otras discrepo claramente sin que ello me lleve a perder el respeto por lo que defiendes u opinas. Sé de sobra que la que hasta ahora ha sido tu casa seguirá su camino sin tu firma y nada cambiara porque nadie aquí es imprescindible ni necesario y hasta estoy dispuesto a admitir que tienen todo el derecho para prescindir de ti. Pero no sólo de derechos vive el hombre y camina una sociedad; hay un peldaño más. Un estadio superior que es el de la ética del respeto, el de la elegancia a la hora de entender no tanto al contrario como al que se aparta del camino señalado. Hasta ahí no hemos llegado aún. Ni han llegado los partidos políticos ni los medios de comunicación.
Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo convulso y hermoso donde la dialéctica era bienvenida y el contraste enriquecedor. Fue un segundo fugaz en esta Historia nuestra tan llena de trincheras, barricadas y pensamientos únicos.
En fin Hermann, que no te descubro nada nuevo porque creo que también estas de vuelta de muchas cosas. Yo he llegado a esta prejubilación con el cuerpo tan hecho a los despidos que lo tuyo sólo me hace volver a sonreír tristemente y me instala con más fe aún en este escepticismo que me viene acompañando de antiguo. Nada cambia, el Poder sigue siendo el Poder y mantener la libertad individual -que es lo único que nos hace dignos- tiene un precio que no es ni alto ni bajo sino algo mucho mas serio: triste. No era esto, no debió ser esto. Ya no. Pero ahí estas tú como penúltimo ejemplo de que las cosas no cambian.