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¡Oh los estereotipos!

¡Oh los estereotipos!

viernes 13 de abril de 2007, 05:03h
Recibo en mi mail un chiste viejo, pero continuamente revitalizado con versiones coyunturales o adaptadas para el gusto local, que prueban –a propósito de la Semana Santa- que Jesús era chileno. “O al menos –según dice el chiste de marras- nosotros podríamos ser sus descendientes”.

Y enumera luego algunas de las razones que fundamentan este aserto:

-Fue condenado, mientras que el verdadero ladrón quedó libre.

-Antes de matarlo, le robaron la ropa y lo dejaron en calzoncillos.

-No pagaba impuestos y frecuentaba la compañía de prostitutas.

-En la última cena con sus amigos no pagó la cuenta.

-Hizo aparecer vino en una reunión donde sólo había agua.

-Siempre vivió como allegado y a costa de los amigos.

-Lo "chaqueteó" uno de sus seguidores.

O sea, en resumidas cuentas, un pícaro borracho y vividor... En un país de aprovechados que no dudan en traicionarte a la primera de cambio y apuñalarte por la espalda.

El mismo chiste abunda en motivos por los cuales Jesucristo podría ser judío (“estaba seguro de que su madre era virgen, y su madre estaba segura que él era Dios”);  irlandés (“su último deseo fue un trago”); italiano (“tomaba vino con todas las comidas”); negro (“llamaba a todo el mundo ‘hermano’”); o argentino (“se creía Dios”...).

Y no me cabe duda alguna de que podrían rastreársele cromosomas árabes o asiáticos con la misma facilidad. Es cosa de ponerse a buscarle más defectos o particularidades que se atribuyan comúnmente a las personas de ese origen.

Esto de los estereotipos, ya se sabe, da para todo. Nuestros hermanos argentinos se las agarran con los “gallegos”, definición en la que caben todos los nacidos en la Madre Patria, y no solamente los naturales de Galicia, a los que asignan el monopolio de la estupidez universal.

Algo parecido a la dudosa fama de la que gozan los polacos en los Estados Unidos y en otros países anglosajones, donde –quién sabe por qué causa- se les endilga cierta dureza de mollera y un carácter rústico y poco sofisticado.

Claro que con esto de la globalización hasta los estereotipos mutan con rapidez. En la Unión Europea, de hecho, la máxima pesadilla actual para muchos trabajadores germanos y hasta de los países mediterráneos, es el “plomero polaco” que amenaza quitarles el pan de la boca con sus honorarios ultracompetitivos.

Y en Chile, por cierto, también tenemos lo nuestro con esos inoportunos peruanos y bolivianos que han venido a golpear últimamente las puertas de la presunta prosperidad de la que disfrutamos, filtrándose por las fronteras que han demostrado, desde luego, ser muy porosas en todas las latitudes ante las migraciones de las pobres.

Entonces, "doña Juanita" se preocupa ante esta verdadera “invasión” de gente morena venida desde el norte que vive en pensiones sobrepobladas, huelen mal, emiten ruidos molestos y tienen la mala costumbre de hacer asados en la vía pública... Y aparte de todo eso, le “quitan-el-trabajo-a-los-chilenos”.

Nadie recuerda, claro, que pocos años ha, los habitantes de este suelo salimos por millares al extranjero, empujados por la persecución política o por el llamado “exilio económico”, en momentos en que los gestores del “milagro” en este ámbito llevaron la cesantía a más del 30 por ciento de la población, para armar el modelo exitoso a su gusto y conveniencia.

Es de mal gusto acordarse de los tiempos malos en épocas de vacas gordas y cuando nos hemos constituido en un ejemplo paradigmático para el mundo de reconversión al estilo neoliberal extremo de la escuela de Chicago. Como al menos lo aseguran The Economist o el Wall Street Journal.

En fin, “cosas vederes, Sancho, que non creyeres...” La única conformidad, en todo caso, a la que cabe acudir es saber que los estereotipos de los que hablo –vale decir, la “imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”, según la docta definición de la RAE- nos acompañan desde tiempos inmemoriales.

Sin ir más lejos, el poeta romano Catulo, célebre por cantar al pajarillo de Lesbia con versos inmortales, se dedicaba a apostrofar y fastidiar a los hispanos, diciendo que los nativos de las tierras ibéricas tenían el feo hábito de frotarse los dientes...¡con orina!, para lucir una sonrisa más blanca.

Aunque lo hacía, sospecho, porque había un tal Ignacio, más español que el jamón de pata negra, que con ese insólito recurso le disputaba con gran entusiasmo y eficacia la clientela de posibles conquistas.

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Carlos Monge es periodista.
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