Por lo que hemos visto hasta ahora y sus resultados prácticos, no hay una sincera bienvenida a quienes de entrada discrepan de sus propuestas. Por otra parte, la reflexión crítica verdadera se circunscribe muchas veces a lo coyuntural y no a una verdadera estrategia de cambio, pues los diálogos suelen ser monólogos a cargo del mismo actor, quien no está dispuesto a escuchar, sino a repetir una y otra vez sus prejuicios.
Carecemos de modelos de debate rigurosos y con una participación social verdadera. Una participación que se suele sustituir por “socialización” en la que concurren aquellos que sustentan una idéntica ideología, se mueven en los mismos escenarios y desde los días de la larga y oscura noche neoliberal quieren extrapolar a nuestra realidad soluciones de laboratorio, en el mejor de los casos, o modelos socio-económicos fracasados.
No tenemos debates aún adecuados y respetuosos. Pero pese a todo hay que exponer nuestras verdades o cuestionar las del otro, así como aprender el arte de escuchar diferentes puntos de vista y mantener la mente abierta.
Hay que ver la confrontación de ideas como una práctica normal, dirigida a renovar e integrar el conocimiento social y la cultura política. Hay que promover de una vez una verdadera cultura del debate dentro de la sociedad y las instituciones, democrático y socialmente responsable. La Patria, para ser de todos, tiene que contar con todos.