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Endesa-Enel: el ojo del huracán

jueves 19 de abril de 2007, 07:59h

En la sesión parlamentaria de control, la bonachona imagen de mi admirado Pedro Solbes resultaba patética, sólo protegida porque no existe aquel peligroso invento, “La máquina de leer los pensamientos”, que daba título y alma a una famosa novela del primer tercio del pasado siglo, creo que de Pierre Benoit. ¿Qué estaría pensando un hombre honesto y que sabe mucho de economía, como el vicepresidente Solbes, obligado a dar la cara en el Congreso por la terrible colusión de política y negocios que practica el entorno de confianza de Rodríguez Zapatero, quien sabe si con intervención personal del propio presidente, del que es paradigma el escándalo Endesa, pues no de otra manera puede ya denominarse la entrega, mediante fractura política del mercado, de la primera empresa energética española a una empresa pública extranjera?

Las circunstancias de la vida rara vez se prestan a elección y todos sabemos las renuncias y vergüenzas que imponen el mal menor y la supervivencia. ¡Qué tristeza moral más honda debe sentir Pedro Solbes en estos últimos tiempos si su conciencia intelectual y ética es la que yo creo y la que cuenta su trayectoria hasta la desdichada aceptación de servir a las órdenes de alguien como Rodríguez Zapatero!

Solbes sabe perfectamente, aunque esté en su obligación negarlo mientras no sea capaz de seguir el camino de la digna decisión de Conthe, que nunca, desde el inicio de la etapa democrática, ha estado más bajo el prestigio internacional de España, rota la actividad económica libre con un intervencionismo feroz y que no puede ser inocente. Algún día en el futuro, cuando se haya recuperado la dignidad del país, se contará lo sucedido con Endesa como el escándalo político-económico más grave del último medio siglo, con un presidente del Gobierno enfangado en operaciones empresariales y que antepone su afán personal de poder a los intereses generales del Estado.

Claro que es el mismo personaje, Rodríguez Zapatero, que, eludiendo una vez más el Parlamento, monta espectáculos circenses para describir “el mejor año económico de la democracia”, con resultados que poco deben a su gestión y como si no existiera el horizonte de graves riesgos del que nos alertan los grandes expertos económicos. Tiene razón el comentarista damnificado Hermann Tertsch cuando dice que Rodríguez Zapatero no es un político de la sociedad abierta democrática, sino que tiene la mentalidad y el estilo de los aparatchiks de los regímenes totalitarios. Para entendernos, no es un Felipe González, sino –con menos inteligencia, por supuesto, pero con semejante instinto depredador– un Vladimir Putin. Es un hombre que criminaliza a la oposición, que gobierna contra media España y del que cabe temer cualquier cosa para mantenerse en el poder.

Cuando no ha tenido más remedio que ceder a que Manuel Conthe comparezca en el Parlamento, ha utilizado los más sonrojantes recursos para silenciarle: tiempo tasado de tres horas, exigencia de que lo dedique a presentar la memoria del organismo –ya veremos a los diputados más fieles enredando con tonterías al respecto, para que no le quede tiempo de hablar de lo que al país le importa– y rápida y pública advertencia de que está “sujeto a la confidencialidad”, de manera que no se le permita hacer pública “información a la que haya tenido acceso por su cargo”. ¿Pero entonces de qué se quiere que hable? Me contó una fuente que tenía causa para saberlo, que cuando el general Franco prescindió de los servicios de Arburúa como ministro, le acompañó hasta la puerta del despacho y le despidió con una frase críptica: “Ya sabe, Arburúa, vienen a por nosotros”. El cesante entendió el mensaje. Inteligencia acerada y poco flexible, Conthe no es que no entienda el mensaje, es que puede sentirse inclinado a no callar “por más que con el dedo,/ ya tocando la boca, o ya la frente,/ silencio avises o amenaces miedo”.

Al punto al que han llegado las cosas, puede hablarse ya de “trienio negro” para describir los primeros tres años de Rodríguez Zapatero en el poder. Se equivoca el PP cuando insiste tanto en la cuestión del terrorismo. No hace falta. De sobra ven los españoles que el Gobierno busca desesperadamente oxígeno en la negociación con ETA. No hace falta insistir más, porque eso, con todo y ser importante, es mucho menos importante que el “caso Endesa”. A éste deben acudir los periodistas de investigación, que los hay y muy buenos en España, y desde luego es imprescindible que la oposición judicialice sin miedo el asunto.

No hace falta que alguien cobre comisiones para hablar de corrupción. La esencia misma de la corrupción -que nada tiene que ver con el necesario diálogo transparente y la colaboración entre políticos y empresarios- es la colusión de política y negocios, que rompe la actividad económica libre y encierra la sociedad en un densa y pegajosa tela de araña de intervencionismo desde el poder político. Esto es el “caso Endesa”. La crispación que ahora mismo vive España no es una creadora contienda ideológica de izquierdas y derechas, como lo fue hasta las elecciones de 2004. Ahora es un desertizador conflicto entre decencia e indecencia. Por eso, nada menos que todo está en juego.

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