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Minimalismo satisfactorio

Minimalismo satisfactorio

viernes 20 de abril de 2007, 10:21h
Si, como reza el dicho, “el comer y el rascar too es empezar…”, bienvenidos sean locales como el descrito que, en Girona, dejan bien alto el pabellón de la cocina degustación, tributaria, no obstante, de los productos y sabores de toda la vida. Y todo ello sin que el bolsillo se resienta en exceso.
Divinum
Rambla  Argenteria, 12
Girona
Tel.: 972 217 990

Que con la llegada de la primavera la ciudad de Girona está, desde hace unos años, de dulce, es casi un axioma. Que, además, su ubicación geográfica (apenas a 92 km de Barcelona, bien sea por carísima autopista, bien sea por un soportable viaje ferroviario de unos 70 minutos) invita, en el peor de los casos, a un “mete-y-saca” visitante que permite al viajero no sólo gozar de las delicias de su encantadora zona monumental, sino la de poder disfrutar de la comida y alguna que otra compra, bien sea de libros o de comestibles, o ambos  la vez.

Y a la mesopotámica ciudad catalana (la bañan simultáneamente los ríos Ter y Onyar) se fue el com.ilón itinerante bien acompañado. Se trataba de pasar el día dándose un baño e venerables piedras y poca cosa más. Y para ello, los viajeros, en esta ocasión, no necesitaban guías locales de ningún tipo. Ni que decir tiene, que se disfrutó del viaje, tanto en el espíritu como en el paladar, cosa que tampoco sucede tan a menudo como debiera.

Vayamos pues  a la mesa del mediodía (o sea, después de las dos pero antes de las tres de la tarde). Se trataba de comer ligero, degustando sabores de siempre, y sin más pretensiones. En esta ocasión, se acertó.

Local pequeño, (tiene, apenas a 150 metros, en la calle General Fournàs, número 2, otro mucho más amplio pero de igual calidad gastronómica), con capacidad para apenas 16 personas en el comedor superior, más cinco o seis mesas en la terraza si el tiempo acompaña. Decoración minimalista, tirando a modernilla (que no siempre es lo mismo) y, de hacer caso a los prejuicios que provoca l lectura de su carta, como para empezar a pensar en uno de los “Cien Mil Hijos –muchos de ellos espúreos-- Culinarios de Ferran Adrià”. Pues nada de nada. Ciertamente la cosa va de presentaciones minimalista (plato enorme, raciones tirando a cortas), pero es más una impresión visual que otra cosa. (Los precios oscilan entre los 5 y los 9 euros por ración, y cada una resulta suficiente).

Tras unos vermúts rojos artesanales y la correspondiente ración de secallona (a modo de delgadísima longaniza seca), el com.ilón y su acompañante compartieron una ensalada de sardinas marinadas, cuyo secreto estaba tanto en el toque de vinagre de frambuesa como en el aceite virgen de aceituna arbequina. A ello siguieron unos pulpitos encebollados que casi lograron poner en blanco los ojos de los comensales, para rematar con una ampurdanesa botifarra dolça esparracada (desmigada, para entendernos) con su guarnición de setas primaverales. Antes del postre, una pequeña tabla de quesos (cinco pedazos distintos) y luego, dos auténticas sinfonías de chocolate (elaboración de la casa) de las de notable muy alto. Buen surtido de panes, por cierto. Y, para beber una botella de blanco de Rueda. Con todo ello, dos cafés y una copa de orujo blanco, la cuenta ascendió a 59,70 euros.  No es barato si pensamos en los menús de 15 euros (alguno de ellos, como el del madrileño Le Café, ciertamente excelente) que el com.ilón, a efectos de supervivencia alimenticia, ingiere a diario, pero no resultó una ruina.

Ambiente: ** (especialmente si uno sigue siendo adicto al diseño con una cierta gracia).

Servicio: * (demasiado joven y despistadillo, aunque, como en este caso, el com.ilón hablara la lengua local). 

Comida: ** (no es escasa, está bien elaborada y cada ingrediente mantiene su sabor).

Precio: * (sin ser excelente, la relación existente con la calidad puede calificarse de honrada, que ya es mucho).
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