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Normas paranoides

Normas paranoides

martes 29 de diciembre de 2009, 16:26h
Parece una obviedad pero conviene recordar que el objetivo de los malos (los terroristas) es liquidar -o, por lo menos, fastidiar- a los buenos. Y a fe que con la ayuda de la paranoia de algunos van camino de coronar parten de esos objetivos. Lo digo a cuenta de las nuevas medidas de seguridad que van a gravitar como una losa sobre los sufridos pasajeros de avión que pretendan viajar a los Estados Unidos de América. Aunque parte de esas novedades permanecen en secreto, ha trascendido ya que los viajeros no podrán usar durante la travesía ni libros, ni ordenadores, ni consolas de videojuegos, ni tableros de ajedrez.

Ninguna de las muchas, arbitrarias y fatigosas medidas de control que rigen en los aeropuertos (que si hay que quitarse el cinturón, que si hay que descalzarse, que si hay que dejar los bolsos, etc.) han impedido que un pijo nigeriano descerebrado haya intentado volar un avión que partió de Amsterdam con destino a Detroit. Fallaron todos los controles, por la sencilla razón de que todo no se puede controlar. Y ahora resulta que por culpa de las intenciones

asesinas de un fanático miles y miles de pasajeros van a tener que sufrir medidas de seguridad que rozan lo vejatorio.

   Quienes padezcan renuncias de vejiga ¿deberán llevar certificado médico para que les sea permitido abandonar su asiento antes de llegar a destino? En los vuelos de larga duración, ¿estará, de verdad, prohibido abrir un libro y depositarlo sobre el regazo?

   En aras de la seguridad parece razonable ceder un poco de libertad, pero sacrificar nuestra libertad de ciudadanos a normas que parecen inspiradas por la paranoia, quizás sea un exceso de celo. En el binomio libertad/seguridad, convendría no olvidar cual es la prioridad. Los malos, los terroristas islamistas, lo saben, por eso atacan en Occidente aquello (nuestro sistema de libertades) que no tienen el coraje de reclamar en sus países de origen. Nuestros gobernantes deberían reflexionar un minuto antes de aprobar normas, que, ya digo, rozan lo vejatorio, pasando en algunos casos por lo ridículo.
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