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Haití

viernes 15 de enero de 2010, 00:19h

En Haití se comen a los enemigos después de capturarlos, apedrearlos hasta la muerte, rociarles gasolina y quemarlos con neumáticos. Cuando esto sucede, la gente se fanatiza, pierde la mirada, grita, salta, canta fuerte en un ritual vudú que cree que al digerir la carne del enemigo quien lo hace absorbe también su fuerza.

La guerra entre hermanos es la peor de las guerras. Haití ha aprendido a vivir en estado de guerra civil. De pronto alcanza momentos críticos que hacen de las calles manjar de improvisados francotiradores que asesinan civiles y periodistas, de pronto parece amainar ante la mirada vigilante, pero insuficiente, del Ejército de Cascos Azules.

En 23 años han cambiado 18 veces de presidente. En medio siglo han tenido tres dictaduras, tres presidencias “de facto”, seis provisionales, una Junta Militar y siete constitucionales (aunque con cuestionadas elecciones siempre).

Botín de franceses, que fueron colonizadores y se mantienen como una minoría blanca y millonaria, que contrasta con el 80% de la población que es negra o mulata y vive en condiciones de pobreza.

Poner un pie en Haití brinda una mirada a África… pero en América: descendientes de esclavos negros africanos, en miseria económica, desnutridos, analfabetas, desempleados, sin infraestructura, con altos niveles de mortalidad infantil, sida como en ningún sitio del hemisferio occidental, dedicados al cultivo de azúcar y plátano. Es como si la isla se hubiera desprendido del África subsahariana y se hubiera estacionado cerquita de Cuba, a 1500 kilómetros de México.

En ese contexto, un sismo de 7 grados Richter registrado el martes destruyó un tercio de país: cientos de miles de muertos que permanecen en las calles, miles de heridos para quienes no hay hospitales porque se cayeron, sin luz para organizar los rescates, sin agua para salvar vidas, sin teléfonos para coordinar las acciones de alivio, sin camionetas para transportar la ayuda humanitaria por las carreteras que no son sino veredas con rocas que impiden avanzar a más de 20 kilómetros por hora.

Aun cuando Haití está todavía más cerca de Estados Unidos que de México, las atrocidades que se cometen en su territorio no merecen la atención de la Casa Blanca: mientras se mataban y comían en febrero de 2004 cuando se dio el golpe de Estado contra Jean Bertrand Aristide, el Pentágono seguía tratando de estabilizar Afganistán y no veía la suya con el terrorismo en Irak, mucho, mucho, mucho más lejos que Haití… salvo que en Haití no hay petróleo, sólo bananas.

SACIAMORBOS Este reportero espera amanecer en Puerto Príncipe.

Opinión extraída del Periódico El Universal 14/01/10

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