En estos últimos tiempos de La Moncloa de
Rodríguez Zapatero, la política y los negocios han llegado a estar tan mezclados que se hace muy difícil analizarlos por separado. La evolución previsible del horizonte político será inevitable que acentúe esa relación, porque las encuestas confirman que se consolida la decadencia del actual Gobierno y de sus máximos dirigentes entre la opinión pública. Crece –no en grado espectacular como pretenden los analistas cercanos al PP, pero es innegable que crece– la ventaja del PP en todos los sondeos, incluidos los del oficial CIS. La reproducción del modelo que produjeron las elecciones de 1996, y que por cierto generó los mejores cuatro años de la economía española durante las últimas décadas, sería la más probable consecuencia de unas elecciones generales que tuvieran lugar en estos momentos.
Naturalmente, como estos datos se conocen en La Moncloa mejor que en cualquier otra parte, es de sentido común que el Gobierno hará lo posible y parte de lo imposible para evitar ese escenario de elecciones generales anticipadas. Y desde la sede popular de Génova se ofrecerá todo lo que sea posible ofrecer, para provocar ese escenario. Así que, unos por otros, las posiciones negociadoras, en cualquier tema, de las minorías nacionalistas CiU, PNV, BNG y CC, que tienen, en el Congreso, la llave para precipitar o diferir la llamada a las urnas, son realmente envidiables en estos momentos. Es de sentido común que esas cuatro decisivas minorías aprovecharán la coyuntura para barrer para sus respectivas casas, con lo que Catalunya, Euskadi, Galicia y Canarias viven, todas ellas, sus mejores “tiempos de oportunidad”.
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En el PP nacional,
Rajoy vive una consolidación poco atrás impredecible. El aroma del poder une mucho y siendo como es visible que Rodríguez Zapatero no va a abrir paso a otro líder socialista que estuviera en condiciones de recuperar el favor de los electores, en el PP huelen poder en las próximas elecciones generales, y nadie cree que Rodríguez Zapatero pueda aguantar hasta el fin ordinario de la actual Legislatura, con lo que incluso la liberal presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre –que esta semana ofició de brillante presentadora del libro ¡VIVA LA PEPA! que, sobre la Constitución liberal de 1812, ha editado Boca a Boca– y su gran antagonista interno y alcalde de la capital,
Alberto Ruiz-Gallardón, pospondrán sus por otra parte legítimas ambiciones y cerrarán filas con Rajoy. Tiempo al tiempo, y no mucho, para que estas posiciones personales se hagan inequívocamente visibles.
La política tiene con frecuencia estas sorpresas. Hace sólo unos meses, incluso pocas semanas atrás, nadie apostaba por el futuro de Rajoy, a quien la inmensa mayoría de los observadores consideraban incapaz de promover y lograr un acoso eficaz contra Rodríguez Zapatero, pero ha sido el propio actual inquilino de La Moncloa quien, a pesar de su reconocida habilidad para aferrarse al poder y comprar voluntades, ha ido perdiendo el favor de la opinión pública e incluso el de no pocos compañeros de su propio partido, deseosos probablemente de que el liderazgo del PSOE recupere el antiguo nivel, ahora perdido.
Por si fuera poco, en la parte más importante para España del escenario internacional, esto es, en el mundo Latinoamericano, Rodríguez Zapatero se ha especializado en buscar sus amistades entre lo peor de cada casa. El amigo del declinante dictador
Castro y del entre inverosímil y pintoresco dictador
Hugo Chávez, no acaba de entenderse con el izquierdista pero serio presidente brasileño
Lula da Silva y encima le crecen los liberales, a los que tanto odia, no es fácil entender por qué, cuando, al menos en Europa, el entendimiento entre liberales y socialdemócratas ha sido casi siempre fácil y fructífero. Ni siquiera el muy moderado liberal colombiano
Uribe encuentra eco en La Moncloa, donde además se ha recibido con visible disgusto e injustificable desprecio el arrollador triunfo electoral del candidato liberal en Chile. De qué le viene a Rodríguez Zapatero su visible, radical y sorprendente aversión a los liberales es algo que tendrán que investigar y descubrir sus biógrafos. No era así desde luego con Felipe González, a quien sus inequívocas posiciones socialistas nunca impidieron la buena relación con dirigentes liberales dentro y fuera de nuestras fronteras.
El caso es que, ante los objetivos de Del Rivero de derribar a
Brufau, sólo se interpondría algo sin embargo muy relevante para
Isidre Fainé, hombre de honor y de extraordinaria calidad: nada menos que explicar a los catalanes la caída de un hombre de carácter incómodo, pero del nivel y prestigio personal de Brufau, y que además se produjera a beneficio de alguien tan, por escribirlo con suavidad, no bien visto en los círculos políticos, financieros y empresariales de Catalunya como Del Rivero. Es verdad, sin embargo, que el poder da mucho de sí, que la rara “corte de los milagros” de la actual Moncloa es todavía el poder, y que Del Rivero da por ganada la batalla y asegura que la caída de Brufau es inminente. Pronto sabremos el resultado de este apasionante “duelo de titanes”.