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José Miguel Morales

La revolución del lenguaje

La revolución del lenguaje

lunes 27 de noviembre de 2006, 03:09h
Es sabido que el lenguaje crea realidades, el lenguaje construye mundos y sólo hay mundo donde hay lenguaje. Sabemos que el lenguaje puede alterar el pensamiento, y sabemos, hasta ahora, que resulta imposible no comunicarlo. Asimismo, hemos de saber también, que los símbolos no reflejan enteramente a las cosas, pero que existen similitudes más acertadas que otras.

Un simple apelativo puede levantar o estigmatizar una problemática social con relativa prontitud y decidido impacto. La verdadera capacidad del lenguaje consiste en exponer las palabras cargadas de su máximo significado posible. Si en Chile ya hemos transfigurado – y denostado – la imagen perentoria de la población callampa, por la realidad manifiesta de los campamentos, habremos llegado a hacerla más verosímil, para muchos de los que no transitan por el escueto margen su línea divisoria.

Pero, ¿No será ahora pertinente renombrar también otras cosas?

Así como Santiago podría llamarse Mapocho, asimismo podríamos entender la pobreza metropolitana, en otros referentes. Ya la hemos tildado de miseria, de escasez y de penuria, ya hemos avanzado al superar, combatir y erradicar, pero ahora procede llevarla a muchos otros nombres... No es el momento aquí para idear aquellos nombres, ellos deben fraguar de las experiencias que decantan de su vivencia cotidiana, ellos pueden provenir, acaso, de una real designación desde sus comunidades de base.

Así como el intelectual ha invertido la imagen del niño que carece por la del niño vulnerable que puede alcanzar la resiliencia, así también puede mutar la palabra caridad por la de justicia. Puede mutar la idea de villa por la de barrio, y la de barrio por la de comunidad.

Vamos revolucionando el lenguaje por Hispanoamérica, que Evo comience por cambiar La Paz por Tiahuanaco, y que los pobres nos llamen a desenriquecer los glosarios inexpresivos. Que el clasismo sucumba ante la heterogeneidad de nuestras raíces, y que sepa dar paso a una verdadera moral social.

Pero, ¿De qué servirá esto para avanzar en la igualdad?

De mucho, ¡como ha cambiado la visión de la transformación social desde el imponer al empoderar!, ¡desde el amparar, al habilitar! Si puede cambiar una realidad negada a través de su exposición enrostrada, también puede cambiar una condición invisible, por medio de un símbolo que le conceda mayor volumen y le otorgue más contenido a su significado.

Esto no es con ánimo de acrecentar los ya muy nutridos enfoques de la pobreza, ni está cuando menos cerca de aproximarse a ellos. Pero si busca llamar a los temas pendientes por sus nombres, y abordarlos desde una proximidad más representativa. La tarea queda para discutirse; no desde la presunción, desde donde esto está escrito, sino precisamente en conjunto con la situación de pobreza misma, levantando una nueva concepción, así como lo fue nuestro proyecto desde sus primeros años, para llegar al cambio social, no sólo del lenguaje, sino también al que puede ocurrir a través de él.
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