Es mucho lo que se ha escrito y comentado de este antiguo y conocido volcán, que entró en actividad en 1820 y duró dos años la erupción. Pero nuestros bisabuelos no se enteraron por no viajar en avión. Su nombre es tan difícil de pronunciar como predecir la totalidad de daños directos e indirectos que ha causado a los Estados europeos, a sus ciudadanos, a las compañías aéreas, y a todos los pasajeros que desde hace una semana querían volar por el espacio europeo en el que se había instalado la nube tóxica.
El caos aéreo generalizado ha provocado unas pérdidas de 1.265 millones de euros, según la Asociación Internacional del Transporte Aéreo, y el sector turístico europeo puede llegar a perder 1.142 millones de euros, según la opinión de distintos expertos.
Pero la sombra de la nube del volcán ha afectado también a otros sectores económicos. La industria automovilística ha acusado la falta de componentes, que ha obligado a cancelar turnos de trabajo. Los autobuses, trenes y barcos han tenido una gran demanda, llegando a aumentar las solicitudes de reservas en un 300%.
El sector de la alimentación (pescado, fruta fresca, etc.) y el de las flores también se han visto afectados, mientras que las empresas de mensajería y teleconferencias aumentaron su actividad en un 35 %. Puede decirse que esta crisis ha superado a la del 11-S, cuando el espacio aéreo estadounidense estuvo cerrado durante tres días.
Todo Desastre Natural, cuando se produce, causa una crisis y, si no está previsto y organizado su correspondiente “gabinete de crisis”, previo al suceso para poder hacerle frente con eficacia, surgen los problemas. La improvisación
no permite adoptar decisiones adecuadas y por tanto los daños aumentan en progresión geométrica. Es el precio de la no existencia de una eficaz organización defensiva contra los daños causados por los Desastres Naturales. En el caso del volcán en Islandia, es que además de las proporciones de la nube del magma volcánico, de unos 11 kilómetros que alcanzó alturas de 5 a 8 Km., y que ahora comienza a descender, la televisión nos ha mostrado de cerca y a todo color el nacimiento de la nube y el sonido, la voz del cráter.
Hemos oído expresarse a las fuerzas internas del volcán al asomarse a nuestro hábitat, al salir del vientre de la tierra. La visión fotográfica desde un helicóptero aproximado a la nube, además de la peligrosidad que suponía, nos mostraba el poder de la energía de las fuerzas ocultas de la Naturaleza y nuestra insignificancia personal. Es la dificultad de la organización internacional para paliar los daños de todos y cada uno de los Desastres Naturales. La definición que da el Diccionario de la Lengua Española es fría y quizás no refleja la emotividad y peligrosidad de una erupción volcánica. “Un volcán es una abertura en la tierra, y más comúnmente en una montaña, por donde salen de tiempo en tiempo, humo, llamas y materias encendidas y derretidas”. Los efectos perturbadores, directos e indirectos, que nos puede causar este volcán en erupción a los humanos son difíciles de evaluar en una sociedad internacional e interdependiente, en la que puede asegurarse que cada pocos minutos despega un avión de algún aeropuerto para realizar vuelos trasatlánticos, nacionales o regionales. Hace falta que las estadísticas nos recuerden los miles de viajes aéreos, por ferrocarril y carretera que diariamente tienen lugar para mostrarnos, por contraste, la capacidad vital de la sociedad actual.
Desconocemos los humanos la Naturaleza y sus leyes, y como consecuencia el comportamiento o la conducta humana en relación a ella, es doble y antagónica. Somos sujeto pasivo y temeroso ante los Desastres Naturales y no sabemos defendernos adecuadamente de sus dañinos efectos. Por el contrario, nos mostramos predadores insaciables en relación al Medio Ambiente y nos consideramos capaces de influir en el Cambio Climático.
Y esta ha sido, en síntesis, nuestra actuación desde que Naciones Unidas celebró la primera Cumbre en Estocolmo en 1972. Proclamó en la Carta Mundial de la Naturaleza (28-10-1982) que su objetivo era garantizar el respeto al Medio Ambiente, “prestando especial atención a la biodiversidad y la conservación de los distintos ecosistemas del planeta”. Del 3 al 14 de junio de 1992 Naciones Unidas celebró en Río de Janeiro la Conferencia sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (denominada Primera Cumbre para la Tierra). En las sucesivas Cumbres, desde Kyoto a Copenhague, se habló del Medio Ambiente y Cambio Climático, pero no de los Desastres Naturales. Le fue concedido el Premio Nobel de la Paz 2007, al Panel Intergubernamental del Cambio Climático, con la participación de miles de científicos y funcionarios de más de cien países. En sus conclusiones se declaró: “La acción humana no es ajena al calentamiento de la Tierra”.
Y la última noticia. Que el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, presionado por cientos de científicos y expertos, de opinión contraria, ha aceptado que el Informe del Panel premiado por el Nobel, contenía errores. Y el jueves 11 de marzo de 2010 ha encargado a la organización científica internacional InterAcademy Council, un nuevo informe, para aclarar si el hombre es responsable del calentamiento o no.
Tal vez no sea erróneo considerar que los últimos Desastres de Haití, Chile, Turquía, China, inundaciones con corrimiento de tierras en Brasil y ahora el Eyjafjallajokull, constituyen un conjunto de daños que deberían hacernos reflexionar a los humanos para cambiar el orden de prioridades de atención y de inversiones de que disponemos. Primero organizarnos adecuadamente para paliar los daños de los Desastres Naturales, con la creación por Naciones Unidas de los “Cascos Verdes”, análogos a los Cascos Azules que actúan en las zonas conflictivas en relación a la Paz. Y también con los “Gabinetes de Crisis”, sistematizando las medidas a llevar a la práctica en todo Desastre Natural o provocado por los hombres y mujeres (incendios, escapes nucleares, residuos tóxicos, etc.)
Y en segundo lugar, dedicando una prioridad secundaria al Medio Ambiente y al Cambio Climático, que hasta el momento actual han requerido la máxima atención en las Cumbres de Naciones Unidas. E incluso el Medio Ambiente figura en el séptimo lugar entre los Ocho Objetivos del Milenio: 1. Erradicar la pobreza extrema y el hambre. 2. Lograr la enseñanza primaria universal. 3. Promover la igualdad entre géneros y la autonomía de la mujer. 4. Reducir la mortalidad infantil. 5. Mejorar la salud materna. 6. Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades. 7 Garantizar la sostenibilidad del Medio Ambiente. 8. Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Como puede comprobarse, no hace referencia a los Desastres Naturales. Se ha dedicado más atención al Medio Ambiente y al “hipotético Cambio Climático”, que a los “evidentes y palpables Desastres Naturales”, como hemos señalado reiteradamente (“Desastres Naturales, Medio Ambiente y Cambio Climático, Diariocritico.com”, 15-03-2010).
Confiamos que el mensaje sea captado por Naciones Unidas antes de que el volcán Katla, también en Islandia, nos haga recordar más intensamente (los geólogos advierten de su mayor potencia) el poder destructor de la Naturaleza.