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La revolución, nada parecida a la española, que prepara Marruecos

La revolución, nada parecida a la española, que prepara Marruecos

lunes 10 de mayo de 2010, 09:05h
Confieso que, cada vez que viajo a Marruecos –lo que no es, desgraciadamente, demasiado frecuente--, encuentro cambios de décadas en apenas años; pese al patente subdesarrollo rural, al hacinamiento en ciertas ciudades, la verdad es que el vecino del sur se ha convertido en el país más pujante de África del Norte y, desde luego, de un Magreb que, simplemente, no ha llegado a nada. He pasado tres días en Rabat, contactando con políticos, intelectuales y gentes de la Administración y, de nuevo, me he sentido impactado por la pujanza de un país embarcado en una peligrosa aventura: la de la regionalización.



Hablando con el presidente del Comité de Regionalización, Omar Azziman, un enamorado de España que durante cinco años fue embajador en Madrid y que habla un perfecto español, te das cuenta de que la cosa va en serio. Mohamed VI ha encargado personalmente el plan de descentralización del país y cuando el Rey alauita encarga una cosa, no se le decepciona. No creo que sea casual la designación de Azziman para el cargo, que implica entregar al monarca el informe correspondiente antes de que termine el año; al fin y al cabo, la última descentralización europea de cierta envergadura fue la española, y Azziman estuvo en primera fila mirando: él niega que los aciertos y errores del Estado autonómico español  tengan nada que ver a la hora de preparar el informe sobre regionalización, pero cuesta creerlo.


Los silencios sobre Ceuta y Melilla

Claro que en Marruecos no hay sentimientos nacionalistas –Sahara excluido, claro está, pero ese es un caso aparte—ni una obsesión pluriautonómica como en España. Es una ventaja, que permite planificar la descentralización desde un punto de vista estrictamente de ventajas económicas. Pero siempre hay disyuntivas políticas: ¿establecer un parlamento en cada región? ¿un Gobierno regional? Ni siquiera saben aún cuántas serán las regiones, ni si el Sahara será una más o si llegará a tener ese estatus especial que Marruecos pretende darle…si las Naciones Unidas lo aprueban finalmente. Mucho trabajo de aquí a finales de año: ni siquiera está muy claro si Ceuta y Melilla estarán en el informe. O eso es, al menos, lo que dicen las gentes que trabajan con Azziman.



Lo de Ceuta y Melilla es, en todo caso, una cuestión incómoda para que la planteen los periodistas españoles a sus interlocutores oficiales marroquíes, por mucho que esos interlocutores estén haciendo relaciones públicas con los informadores. Una cosa es ir democratizando el país, en lo que cabe –y qué momentos más angustiosos pasaron algunos de mis interlocutores, defensores oficiales de los derechos humanos, cuando les preguntaba si aún hay presos políticos en Marruecos o sobre el estado de la libertad de expresión--, y otra resolver de golpe todos los contenciosos históricos con los vecinos del norte, los españoles, que, para colmo, ahora son los segundos inversores del mundo en el país, tras Francia.


No hay (demasiados) contenciosos bilateraes

España es un país admirado en Marruecos –mucha Historia conjunta--, pero también aborrecido: cada comentario “racista contra los moros”  en los medios españoles es una puñalada en el corazón de un funcionariado que tiene en nuestro país una especie de modelo, al tiempo que una suerte de repelente. Ahora, me explica un ministro del Gobierno alauita, nadie quiere los viejos contenciosos bilaterales, ni el pesquero ni el de, por ejemplo, Perejil. Ni el de la inmigración ilegal, cortada de raíz desde hace casi un lustro, especialmente en los dos últimos años, de crisis en España y de crecimiento inaudito en la economía de Marruecos. Ahora, me dice el ministro, España, si Francia lo permite, tiene la oportunidad de ser puente entre Marruecos y Europa. 



Pero para ello hace falta mucho trabajo, incluso mayor coordinación entre los servicios diplomáticos, los comerciales y…los servicios secretos, tan pujantes en las relaciones hispano-marroquíes. Y hacen falta menos reticencias por parte de Rabat y menos prepotencia por parte de los medios españoles. Por lo demás, ya digo: Marruecos, que acoge a seiscientos mil turistas españoles cada año, un país en el que miles de españoles tienen ya una segunda residencia de vacaciones, te sorprende cada vez que viajas allí: ahora se han embarcado en una revolución, la regionalización, que va a exigir muchos más cambios legales y más democratización de los que el mismísimo Mohamed VI piensa.
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