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El gran día de Camps

El gran día de Camps

martes 11 de mayo de 2010, 12:30h

Algunas veces he defendido, en columnas y tertulias, la ‘inocencia técnica’ de Francisco Camps. Este miércoles pasará sin duda una de las peores –o mejores—jornadas de su vida, en función de lo que decida el Tribunal Supremo en relación con el presunto regalo de los famosos tres trajes. Tengo que insistir en que las culpas de Camps no están en haber aceptado, si así fue el caso, los tres trajes, de un valor meramente simbólico; lo que hizo mal el president de la Generalitat fue todo lo demás, desde escaquearse de los medios hasta no salir a los tendidos políticos, sacando pecho, para vocear su verdad. O, mejor, la verdad: ¿hubiese ocurrido algo si, de haberlo hecho, hubiese reconocido haber aceptado los trajes?

Creo que Camps debería haber hecho algo así como lo de José Bono ante la campaña que le ha caído encima: hoy, las posesiones del presidente del Congreso de los Diputados son más populares que, desde luego, la cara de algunos/as ministros/as del Gobierno, a los/as que no conoce ni la mitad de los españoles, como dice el CIS. Pero Camps no; Camps ha preferido seguir en sus procesiones, en su hieratismo. Negarlo todo no es una estrategia. Ha sido poco ofensivo, se ha dejado apabullar por la increíble maniobra consistente en filtrar a un periódico conversaciones privadas –lamentables, eso sí: por ello mismo se han filtrado, claro— que poco o nada tienen que ver con el sumario. Ha sido una cacería contra él, y el triste trofeo, tres trajes. Y quizá la presidencia de la Generalitat valenciana, nada menos.

Si todo le va mal, le pondrán una multa de dos mil euros y una pena infamante que le perseguirá toda la vida, decida o no quedarse en el puesto. Personalmente, espero que le vaya bien, aunque comprendería otra deriva en las cavilaciones del Supremo. A mí, la multa, ridícula, puede hasta parecerme justa. La pena infamante, no. Un hombre honrado, sí, honrado aunque poco enérgico y aún menos convincente, puede quedar este día marcado para siempre. Y yo, qué quieren que les diga, pienso que eso va precisamente en contra de la lucha contra la corrupción: como todas las demasías, ejercerá un efecto ‘boomerang’.

 

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