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Ajustes

Ajustes

viernes 11 de junio de 2010, 01:30h

Los recientes acontecimientos en Europa y las políticas públicas instrumentadas en la mayoría de los países del mundo para salir de la recesión del 2008/09 y evitar una depresión, han puesto, nuevamente, en el centro de la discusión económica, el papel de la política fiscal y su influencia sobre el ciclo económico.

En efecto, el aumento de los déficits fiscales (o reducción de los superávits, según el caso) surgió como respuesta de política a la crisis financiera global de finales del 2008. El sector privado (motor central del crecimiento, siempre), asustado por la quiebra de Lehmann y el eventual efecto dominó sobre el resto del sistema bancario, huyó de los activos de riesgo, comprando instrumentos de deuda pública, o directamente dólares. El sistema bancario cortó el crédito, acumulando reservas y liquidez. El comercio internacional se desplomó. La actividad global entró en crisis. Los gobiernos,  asustados a su vez y, de paso, “aprovechando” la situación para recobrar cierto protagonismo después de años en dónde el mundo crecía de la mano de la innovación financiera y el crédito privado, se dedicaron a “reciclar” los fondos que recibían del sector privado o directamente a endeudarse para gastar lo que el sector privado no gastaba.

Obviamente, quienes hicieron inteligente política anticíclica, Estados Unidos, Alemania,  principalmente, enfocaron ese mayor gasto en medidas transitorias (rebajas impositivas, planes “canje”, obras públicas, créditos a empresas privadas en dificultades, etc.). Otros, en cambio, se dedicaron a seguir y acelerar su ritmo previo de expansión del gasto (que ya venía desbordado en medio del crecimiento económico y la mayor disponibilidad de crédito pre crisis), sin pensar en que “de allí” habría que volver algún día.
Por supuesto que, además, hubo política monetaria intensa y medidas en el sistema bancario. (Con tantos remedios a la vez, nunca se sabrá cuál fue el más efectivo). El resultado, se evitó la depresión y el mundo reaccionó.

Pero, como pasa siempre,  “la solución de ayer es el problema de hoy”. Muchos países presentan ahora fuertes déficits fiscales y una mayor deuda pública en términos de PBI.
El problema, entonces, ya no es la depresión, el problema es si podrán seguir financiando esos déficits y sosteniendo esa deuda.

Aquéllos que expandieron parte de su gasto con medidas transitorias, tienen la solución más fácil. Las rebajas impositivas vencen. Los puentes se terminan de construir, y la propia recuperación económica mejora los ingresos impositivos. Esos países irán convergiendo a déficits de corto plazo más razonables, aunque quedarán con el problema de fondo, déficits mayores a futuro (básicamente el problema previsional) y servicios de la deuda pública crecientes a medida que la “tasa cero” empiece a subir.

Por supuesto, el problema mayor lo tienen quienes ya venían a velocidad crucero de choque, y aceleraron durante la crisis, con aumentos de gastos no reversibles fácilmente. Estos países presentan, ahora, el problema de que su sector público tiene que despejar dudas respecto de su solvencia. En particular, de su capacidad de hacer frente a sus desequilibrios fiscales sin recurrir a expropiaciones directas –defaults, reprogramaciones unilaterales- o indirectas –inflación, devaluación, suba fuerte de impuestos- de sus acreedores/ ciudadanos. Este punto es central, porque, aunque algunos quieran esconderlo por razones ideológicas, el crecimiento económico es consecuencia de la inversión y el consumo privado, más la inversión y el consumo público. El hecho de que este último se “ajuste” sólo es recesivo, si el sector privado no compensa este menor gasto público con mayor gasto propio. De la misma manera que la expansión del gasto público, sólo es reactivante si compensa la caída del gasto privado. (Obviamente, sin considerar, además, efectos distributivos, de eficiencia, corrupción, etc.).

Quizás el mejor ejemplo de esto último, aunque hoy, curiosamente, se hayan olvidado, es el primer período del gobierno de Kirchner, en comparación con su segundo. En efecto, entre el 2003 y el 2007, la Argentina mostró fuertísimos superávits fiscales, aún después del pago de intereses. Este “ajuste” de los desequilibrios previos no sólo no fue recesivo, si no que, por el contrario, en ese período la Argentina batió récords de crecimiento. Básicamente, porque el cambio de precios relativos de la fuerte devaluación del 2002,  y la reprogramación y quita de la deuda pública, junto a una política fiscal con el gasto creciendo mucho pero por debajo de los ingresos –más allá de su ineficiencia y expansión irreversible- despejó cualquier duda de corto plazo sobre expropiaciones directas o indirectas. Sin esas dudas de corto plazo, el sector privado invirtió y gastó.

En cambio, cuando esas dudas volvieron en el 2008, por el intento de aumento de expropiación impositiva al sector agrícola primero, y por la concreción de la expropiación a los fondos de pensión después, el sector privado fugó capitales, dejó de invertir –salvo los amigos- y la fuerte expansión del gasto público no evitó, bien medida, la recesión del último trimestre del 2008 y los primeros trimestres del 2009. Por supuesto que la crisis internacional influyó, pero sin los problemas “internos” hubiéramos podido eludir una recesión importante como la que tuvimos, como lo hizo el resto de la región.

Despejado el riesgo de expropiación directa de corto plazo,  por la tranquilidad financiera internacional primero, y con el uso de las reservas y la gran perfomance del sector agrícola para proveer dólares comerciales después,  la economía retomó su crecimiento, aunque ahora, basada en consumo privado de algunos (los que pueden defenderse de la inflación) y en algunos sectores (los que ofrecen "protección" contra la inflación, y en gasto público que se suma al gasto privado, pero, obviamente, generando el salto inflacionario mencionado.

Hoy en Europa,  el problema no es el ajuste fiscal anunciado. El problema es que, pese a todo el paquete de ayuda y pese a los cambios en la política monetaria del Banco Central Europeo, como no se cree viable el ajuste reclamado, todavía se teme a una expropiación directa o indirecta. Mientras esa duda no se despeje, o con más plata, o con un programa creíble de corto y de largo plazo, Europa seguirá con modesto crecimiento o en caída, no por el “ajuste”, si no porque el sector privado no lo cree y por ello ni gasta, ni invierte.

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