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Teo Palacios, escritor

“Puedo contestar un cuestionario con más de cien preguntas sobre un personaje para conocerlo a fondo”

“Puedo contestar un cuestionario con más de cien preguntas sobre un personaje para conocerlo a fondo”

miércoles 16 de junio de 2010, 11:01h

Escritor novel sólo por definición, pues la agilidad e intensión de su escritura demuestran todo lo contrario, Teo Palacios arriba al complejo panorama literario actual con la pasión creativa arraigada en sus venas y una ambición inmensa por reivindicar que el movimiento se demuestra andando —paso a paso, frase tras frase, hora a hora—, con las proporciones exactas de voluntad, tesón, capacidad y competencia, propias del mejor guerrero espartano de su novela Hijos de Heracles: el nacimiento de Esparta (Edhasa), un relato sobre las relaciones personales y la condición humana, tejido alrededor de un paisaje histórico concluyente; una obra que alcanza, en su holgado perímetro narrativo, desde las contiendas más profusas hasta las escenas intimistas; un libro donde se imbrican entretenimiento e información, recreo y aprendizaje lector; una trama que cumple a la perfección aquella máxima del escritor estadounidense Gordon R. Dickson, según la cual “una historia funciona cuando contiene bombas de tiempo dispuestas a estallar en la próxima página”.

 

¿Contento con el resultado de su opera prima?

Muy contento con el hecho de que en dos meses se haya agotado la primera edición y tengan que reponer una segunda, teniendo en cuenta que la novela salió a finales de enero —un mes malísimo para las ventas—, y más aún sabiendo que es mi primer trabajo y todavía no me conoce mucha gente. Pero lo mejor de todo son las buenas críticas que estoy recibiendo. Hace poco me mandaba una lectora una poesía sobre las sensaciones que había tenido con la novela… 

 

Y eso que ha comenzado en esto de la Literatura con dos pesos pesados: de un lado, el género novela histórica, y de otro, la temática espartana…

La verdad es que fue casual. Quería escribir una historia sobre dos hermanos que estuvieran enfrentados, con problemas entre ellos, y que vivieran en un ambiente especialmente duro, difícil, y así empecé una historia completamente distinta —no tenía nada que ver—, pero se me ocurrió, para ambientarla, investigar sobre Esparta. Empecé a leer La república de los lacedemonios, de Jenofonte, y aluciné porque creo que muestra muy bien lo que es el espíritu espartano. Así, lo que yo estaba escribiendo reflejaba tanto lo que era Esparta que el también escritor Leonardo Ropero, a quien le iba pasando los capítulos, me comentó: “Mira, Teo, lo que escribes no es una novela cualquiera: es una novela histórica sobre Esparta, pero ubicada fuera de Esparta. Céntrate, ponte en condiciones y escribe la obra que verdaderamente subyace aquí”. Tenía siete capítulos escritos y los tuve que reescribir enteros. Me llevó una semana porque les dediqué diez o doce horas diarias, pero me sirvió para encontrarme una ciudad completamente nueva, pues la Esparta de sus inicios no es la que verdaderamente conocemos —creo que ese aspecto queda muy bien reflejado en la novela—; resultó además ser un período sobre el que nadie ha contado nunca nada. Fue una serie de casualidades que me llevaron hacia la historia que finalmente escribí.   

 

Como bien señala, durante la primera mitad del VII a. C., Esparta era una ciudad con un nivel cultural muy rico, en contraposición a esa imagen que se nos vende de pueblo militarista. ¿A qué cree que es debido?

Lo cierto es que todo lo que vino después ocultó por completo toda esa idiosincrasia inicial que tenía Esparta. Por ejemplo, en ella se crea la escala pentafónica, o nace la lira, que es el instrumento griego clásico por excelencia, y eso prácticamente nadie lo conoce. ¿Y por qué queda todo eso oculto? Porque la filosofía espartana es tan cautivadora que lo demás no importa, es decir, no interesa qué hubo antes, sólo que un ejército de trescientos hombres hizo frente a otro de tres mil, o ese tipo de cosas. Yo creo que es tan fascinante precisamente por el choque cultural entre ellos y nosotros. Hoy encendemos la televisión y cualquier anuncio te dice cómprate esto o lo otro porque tú te lo mereces o porque tú lo vales, y sin embargo ellos eran todo lo contrario: los espartanos se negaban a sí mismos para darlo todo por la ciudad y por el compañero, no eran ellos lo importante.   

 

Porque, aunque dibuja una Esparta en la que ya se aprecian visos de esa potencia luchadora —con el inicio de las guerras contra Mesenia, por ejemplo—, va más allá del mero tópico espartano para tocar temas como el sistema educativo, los problemas con la economía, la mencionada cultura…

No podía contar esto en un ambiente distinto. Para mí hay tres pilares básicos en toda novela: la propia historia, los personajes y la ambientación que tú le des. No puede haber uno que sobresalga sobre los demás. Yo tenía muy clara la historia que quería contar, que los personajes principales iban a ser estos dos hermanos, y ahora necesitaba darle la ambientación adecuada, la cual me la proporcionaba el propio período histórico. Así que fue algo que me vino dado. De todas formas, como hay tan poca documentación sobre el tema, fue bastante dificultoso poder hilar todo este tipo de cosas, pero creo que el resultado ha quedado bastante equilibrado en ese sentido. 

 

Menciona la documentación, y parece que existen diferentes corrientes de pensamiento en torno a la Esparta Antigua, además de una información muy mitificada por los clásicos. Por ello, me interesa cómo trabajó esa parte de investigación…

Como te digo, todo empezó leyendo a Jenofonte. A partir de ahí, leí varios clásicos: Vida de Licurgo, Historia de Grecia, etcétera. Luego, hay una obra fundamental de la que está sacado el pilar de mi novela: Esparta: historia, sociedad y cultura de un mito historiográfico, de César Fornis, profesor de la Universidad de Sevilla. Y después leía todo lo que caía en mis manos sobre el tema. Por ejemplo, para consultar cómo eran los enterramientos de los reyes, sabía de la existencia de un artículo que se había escrito años atrás pero no lo localizaba. Entonces, buscando en Internet, encontré a un profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y miembro de la revista universitaria que lo había publicado. Me puse en contacto con él, el hombre necesitó un mes y pico para encontrar la revista, aunque me fotocopió el artículo y me lo envió. Todo a base de mucho trabajo. Aun así, había infinidad de lagunas, y para ello me puse a consultar con especialistas. Con el propio Fornis tengo una deuda pendiente; durante meses le consulté todos los detalles y él, muy amable, contestaba prácticamente a todo, hasta que llegó un momento en que me dijo: “Para esto que me preguntas debería iniciar una investigación”, y entonces me di cuenta de que ya no había más —eso era todo de lo que disponía— y me puse a montar la historia.

 

¿Cuánto tiempo duró dicha documentación?     

Fui documentándome y escribiendo al mismo tiempo. Evidentemente, hay una documentación previa de varios meses, pero cuando ya tenía la idea general de la historia más o menos esquematizada comencé a escribir. Lo que pasa es que cuando vas desarrollando la novela llegan determinados puntos en los que adviertes que estás “cojo” y necesitas más documentación. Pero en total, todo el proceso de investigación, desarrollo y escritura de la novela fue aproximadamente de un año.

 

¿Y cómo se lanza uno a realizar una “superproducción” literaria de esta índole?

Lo primero que hago es hacerme una cronología de los hechos. Necesito saber en qué orden temporal van a ocurrir las cosas; orden que después no tiene por qué ser el mismo en que se cuenta la historia. Una vez tengo claro cuáles son los sucesos más importantes, lo que hago es desarrollar a los personajes. A esto le dedico muchísimo tiempo. Puedo llegar a contestar un cuestionario de más de cien preguntas sobre un personaje para conocerlo a fondo. Cuando sé qué busca cada uno, cuáles son sus relaciones, paso a estructurar la novela por capítulos, y a partir de ahí me pongo a escribir.

 

¿Cuál es el mal actual de la novela histórica? Si es que existe alguno…

Te contaré una anécdota. Cuando iba a salir mi libro, un día entró en mi blog una persona y me dijo que quién era yo para escribir una novela histórica, pues había leído mi currículum y visto que yo no tenía estudios de Historia y tal. Comentaba que ella siempre había querido escribir novela histórica y que, para poder hablar con propiedad, antes se metió a estudiar la Licenciatura de Historia. Yo creo que ése es el principal problema: la gente no se da cuenta que es novela, y no historia. Yo creo que no tiene nada que ver una cosa con la otra. La novela histórica, en mi opinión, es uno de los géneros más difíciles de cultivar, pues posee un añadido: tienes que ambientarla en un momento concreto del que cualquier persona puede buscar información y ver si está bien recreada o no. Y no sé en otros países, pero en España somos muy críticos. Cada vez que encontramos algo que no nos cuadra, indagamos y criticamos, aunque no seamos especialistas en ese campo. Creo que la gente tendría que disfrutar más y criticar menos según qué cosa. Si en mi próxima novela quiero que mi personaje sea cirujano cardiovascular, ¿me pongo a estudiar Medicina? Es absurdo. Yo no necesito conocer toda la Historia de la Humanidad, sino el período histórico con el que voy a trabajar.

 

Precisamente los más críticos con el género hablan de la problemática para establecer la línea adecuada que separe realidad y ficción…

Mira, es necesario tener un equilibrio: no puedes tener una novela en la que todos sean datos históricos porque deja de ser una novela, ni puede tener una novela histórica en la que todo sea ficticio porque deja de ser novela histórica. Yo eso lo comparo con el equilibrista sobre la cuerda floja: en el momento en que la pértiga se incline más hacia un lado, está en el suelo. El escritor debe tener suficiente información sobre el período histórico en cuestión como para no desentonar con él. A partir de ahí puede hacer lo que quieras, siempre y cuando sea lo suficientemente honesto consigo mismo y con el lector, explicándole, dentro de la obra, qué es real y que no lo es. Yo, al tener muy clara la historia que quería contar, lo que hice fue disfrutar de lo que me iba encontrando durante la documentación, y luego lo complicado fue ir entroncando la historia original con los diferentes elementos históricos. Prácticamente todo lo que se narra en la novela viene de la Historia. Plutarco, por ejemplo, ya hablaba de los problemas entre Teopompo y su mujer en Vida de Licurgo. ¿Cómo lo colocas dentro de la novela? Eso es lo que tienes que ir limando, puliendo, para que el resultado no quede desequilibrado.    

 

A mí me llama la atención de muchas novelas históricas la atemporalidad en sus diálogos, es decir, escuchar a un señor feudal hablando como alguien del XXI. En Hijos de Heracles: el nacimiento de Esparta, sin embargo, cuida mucho este aspecto…

Quien me conoce bien escribiendo dice que suelo hacerlo con frases cortas y de mucho significado. No sé si será verdad, no voy a ser crítico conmigo mismo, pero si fuera cierto creo que es un tono fantástico para esta novela pues los espartanos eran así, de pocas palabras y muy significativas. Yo creo que el escritor debe ser una persona que se deje llevar por el instinto. Cada novela tiene un lenguaje diferente, y por ello tiene que meterse en la historia lo suficiente como para dejarse llevar por los personajes, para que esa dualidad, esa divergencia de personas que todo escritor lleva dentro salga por sí misma. Cuando finalicé Hijos de Heracles: el nacimiento de Esparta, me puse a escribir una novela ambientada en la España del siglo XVI. Pues lees una y otra y no tienen nada que ver, aunque ambas estén escritas por la misma persona. Es evidente que habrá ciertos elementos de tu forma de escribir que quedarán reflejados.

 

¿Pretende seguir con el género?

Es un tema que me gusta especialmente. La novela histórica es de mis favoritas, la disfruto especialmente, pero también es verdad que no quiero dedicarme exclusivamente a ella porque es muy absorbente, agotador. Olalla García menciona que para su novela El jardín de Hipatia necesitó tres años de trabajo. Claro, cuando tú terminas eso estás muerto, necesitas desconectar, dedicarte a otro tipo de cosas. La última novela que he escrito —la mandé hace unos meses a mi agente— tiene algunos elementos históricos, aunque luego no es novela histórica.

 

Para alguien que comienza en esto, ¿qué opinión le merece el mercado literario en nuestros días?

Está complicado. La crisis afecta en todos los aspectos, y a las editoriales evidentemente también, porque éstas son empresas que, como tal, buscan beneficios, para lo cual están intentando reducir gastos y rentabilizar sus productos. El resultado de esto es que han disminuido las oportunidades, en general, a no ser que tengas ya una trayectoria andada, un nombre y un cierto público. De todas formas, yo creo que hay que ser optimistas. La gente lee y va a seguir leyendo. En España se dice que se hace muy poco y sin embargo, creo recordar, se facturan trescientos mil millones de euros todos los años en libros. Eso es que hay mercado y que la gente invierte en lectura. Entonces tú, como escritor, tienes que trabajar, ofrecer la máxima calidad posible; se trata de ser humilde, de dar todo lo bueno que tengas y esperar a que las cosas te vayan bien.   

 

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