Pero además de lo anterior, Uribe no es un hombre de ‘medias tintas’, y ese es el sello característico que imprimió durante su Gobierno, y que difícilmente otro logrará alcanzar: la capacidad de exacerbar las pasiones de los colombianos y de polarizar, no sólo la política, sino cualquier situación, al mejor estilo de las visiones extremistas que promueven el bien conocido: “el que no está conmigo, está contra mí”.
Durante su Gobierno algunos ciudadanos llegaron a amarlo tanto que incluso se organizaron marchas de despedida y agradecimiento por su ocho años de Gobierno; así mismo, el amor de sus aliados políticos fue evidente cuando más de uno proclamó estar dispuesto a sacrificar una eventual candidatura presidencial si la Corte llegaba a aprobar una segunda reelección; más aún, después de ser negada esa posibilidad, el amor sigue flotando en el aire por cuenta de uno de los candidatos (Juan Manuel Santos) que se enorgullece de enarbolar sus banderas y convertirse en su seguidor.
De otro lado se encuentran los odios, los detractores, los que no se cansaron de llamarlo ‘paraco’, ni de recordarle al país que la mayoría de los políticos involucrados con paramilitares formaban parte de su gabinete o se encontraban dentro de sus más cercanos colaboradores e incluso familiares. Aquellos que embarraron su reelección con evidencias de cohecho, o lo acusaron de estar detrás de escándalos tan peligrosos para la democracia como el de las conocidas ‘chuzadas’ del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS).
Es por ello que aún los colombianos no logran ponerse de acuerdo en si éste fue uno de los mejores (si no el mejor), o uno de los peores (si no el peor), de los presidentes del país. Sea como sea no se puede negar que, para bien o para mal,
Uribe es uno de los presidentes más importantes que ha pasado por Colombia, ya la historia y el futuro próximo ofrecerá a cada uno la oportunidad y las herramientas para juzgar, si es que aún no las ha encontrado.
Ahora, cuando aparentemente al mandatario le quedan los días contados en la Presidencia de la República, es conveniente preguntarse si realmente abandona el Palacio de Nariño, pues para nadie es un secreto que de llegar a ganar el candidato de su predilección, y al que se empeñó en limpiarle el camino hasta la escalinata presidencial, Colombia podría estar asistiendo a un largo espectáculo de marionetas.
De cualquier forma, tras ocho años de Gobierno, cualquier cambio marca una transición, y es justamente esa decisión la que tiene los colombianos hoy en sus manos.
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