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Un país piche

Un país piche

domingo 04 de julio de 2010, 01:27h

Pareciera que la oposición no estuviese al tanto de los sucesos nacionales...

Es muy raro que un gobierno abone tanto terreno para una repulsión generalizada. En pocas ocasiones comienza un régimen a dar tumbos él solo para colocarse en la orilla del precipicio, a la espera de un empujón mortal o de un piadoso réquiem. Muy rara vez se contempla un declive tan pronun- ciado de un orden político cuyas cabezas, como si se lo hubieran propuesto, apenas aciertan en la exhi- bición de sus desatinos mientras anhelan la estocada que los deje tendidos en la arena porque no pueden descifrar el desafío del bien común. Sólo en casos verdaderamente insó- litos un desmoronamiento se vuelve pantano en la medida en que sus porquerías, dirigidas de una manera que pareciera el resultado de una meticulosa planificación, descienden de la cúpula hasta el nivel del mar para invadir el entorno con sus nefastos corolarios. Sólo de la interpretación de un libreto pensado con toda la calma del mundo y actuado por sus protagonistas sin salirse de las líneas, se puede desembocar en un estado de descomposición como el que muestra sin disimulo la "revolución bolivariana".

Pero también, y como signo de una decadencia que no sólo concierne a un número limitado de actores, no ha sido diferente la conducta de quienes deben recibir la tempestad de basura. Una pasividad digna de mejor causa. Un sentarse en la poltrona para observar el desfile de las nulidades y la destrucción que siembran a su paso. Un dejar hacer debido al cual pareciese que las tropelías no sucedieran en el interior de la casa, sino en latitudes lejanas. Tal vez un deseo soterrado de solazarse en la estupidez del gobierno sin hacer nada para evitarlo; o, peor todavía, el predominio de una perversión según la cual conviene convertirse en espectador del itinerario de la maldad sin sentirse parte de su comparsa, para ver hasta dónde es capaz de llegar el derroche de bellaquerías. La contemplación de esta suerte de olimpíada de las miserias apenas aconseja el moverse un poquito del asiento para ir al baño si sobrevienen unos segundos de descanso, y para alimentar la ilusión de que así se evitan las salpicaduras. O, en el mejor de los casos, para atreverse con una crítica soterrada, de esas que apenas se escuchan en la intimidad y son incapaces de dar frutos.

Según se advierte el deterioro del gobierno, la oposición debería cantar un Te Deum diario por la gracia que la Providencia le ha concedido de que el adversario le obsequie una bombita para sacarla del estadio en medio de aclamaciones. Si necesitaban torpezas del chavismo para alimentar un discurso de cambios, helas aquí en abundante tropel. Si pedían un rival flaco y blandengue, en lugar de un titán verde oliva, está frente a sus narices. Torpezas que saltan a la vista, inocultables, engendros del dominio público para cuya divulgación no hay que devanarse los sesos. Por ejemplo, ¿no está el escandaloso caso de los contenedores de comida descompuesta, que clama al cielo y de cuyas consecuencias nadie escapa? ¿No está el caso del manejo ineficaz y corrupto de los problemas de energía eléctrica, que incumbe a quienes pueden ser los electores del futuro? ¿No se encuentran, sin el trabajo de escarbar, centenares de testimonios de incuria y ladronería en los despachos oficiales, en torno de los cuales se debe, por lo menos, enchufar un ventilador? ¿No se oculta en esos oscuros predicamentos un hombrecito engordado por las mentiras y rodeado por los temores, quien no es ni la sombra de lo que fue en su principio? Sin embargo, pareciera que la oposición no estuviese al tanto de los sucesos nacionales, o no supiese cómo manejarlos en beneficio de una metamorfosis política, o simplemente formase parte de la misma inacción o de la misma indiferencia en la cual se solazan las mayorías de la población.

De lo cual se desprende una reflexión sobre la madera de que estamos hechos como pueblo, una reflexión sin la influencia de los estereotipos habituales. Roble o samán desgajado, tronco frondoso y sólido o vegetal podrido por el transcurso del tiempo y vencido por el peso de las omisiones y las complicidades. ¿Qué somos los venezolanos, a estas alturas de la historia? Las evidencias que se han asomado no son como para enorgullecernos. Forman parte de un catálogo de frustraciones en el cual pudiera incluirse el artículo que ya termina, por desembuchar ideas incómodas o simplemente por ponerse a denigrar de los suyos cuando el lector solicita una apacible lectura sabatina.

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