viernes 24 de septiembre de 2010, 22:48h
No se trata de que el desorden vehicular, vial o peatonal, deje de tener consecuencias; de hecho las hay y todos las conocemos: el número abultado de pérdidas humanas que anualmente quedan registradas en el país.
Lo que no trae consecuencias, según parece, es infringir la ley. Taxistas, conductores de buses, e incluso los ciudadanos comunes irrespetan el semáforo en rojo. Los discos de Pare son inexistentes y las líneas en las calles y carreteras, blancas o amarillas, están pintadas únicamente como decoración del asfalto; todos las ignoran.
Los peatones cruzan las autopistas sin considerar su vida o la de los demás. El caos es generalizado: vehículos inservibles salen a las carreteras a bloquear el tráfico con tanta lentitud; volquetes sobrecargados de piedra o arena compiten en velocidad con los autobuses, embistiendo a quien se les cruza en el camino o, simplemente, cualquier ebrio toma un vehículo y sale a recorrer las ciudades, como si todo aquello no tuviera consecuencias.
Y aun cuando existe la Ley de Tránsito y Transporte Terrestre, además de las reformas que están en trámite en la Asamblea, en los ojos ciudadanos hay la impresión de que nadie es castigado. Y si la actitud frente a los vigilantes o policías de tránsito no cambia, de nada servirán las nuevas disposiciones porque únicamente constituirán letra muerta.