Los sociólogos confirman, según diversos estudios, que los jóvenes españoles tienen asumido que les espera un futuro peor de lo que es, actualmente, la vida de sus padres. Es decir: que esa teoría de la evolución social según la que, desde Atapuerca hasta nuestros días, y en una progresión accidentada, cada generación vivía mejor que la anterior ha saltado por los aires, y por primera vez en los últimos tiempos.
Es cierto que hay avances que son irreversibles y que los grandes logros de la Humanidad, desde el motor de explosión a la penicilina, y desde la conquista del espacio hasta Internet no tienen marcha atrás. Sin embargo, el contexto humano de esos avances es cambiante, y hoy más de la mitad de los jóvenes españoles afirma que confía poco en la gente, y un porcentaje aún mayor está convencido de que a la gente no le preocupa lo que les ocurre a quienes están a su alrededor. En cuanto a inquietudes, se centran en el paro, la droga y la vivienda, y suscriben que la política nada tiene que ver con ellos y que no pueden cambiar el mundo… Y, tras entrevistar a 3.500 jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años, otra conclusión es muy clara y elocuente: casi el 80 por ciento vive en la casa de sus padres y no se plantean la emancipación hasta que ellos, o su pareja, encuentren trabajo.
Éste es el panorama de la incertidumbre de los jóvenes españoles, un grupo humano en que se producen situaciones y suertes diversas, pero que está lastrado por la desconfianza en el futuro. No son los muchachos de otros tiempos, que escuchaban resignadamente “las batallitas” del abuelo, sino que son los que han venido al mundo para ser embestidos por la quiebra de un modelo de sociedad y por una crisis de valores.
Hay que ayudarles, amigos. Los mayores tenemos el deber de lograr que los jóvenes se dejen ayudar. También de suscitar en ellos valores como la ilusión, la esperanza, la solidaridad, el coraje, la capacidad de resistencia, la pasión por la educación y la inteligencia. Es un asunto humano, social, político, lo que ustedes quieran, pero es una responsabilidad de todos, es la gran asignatura pendiente de la sociedad española. Y es un noble objetivo propiciar que quien es joven pueda ser rabiosamente joven toda la vida, como el gran Antonio Mingote, a quien ayer rendimos homenaje en Madrid, en la entrega del premio 'Nexo'. Mi querido Antonio Mingote es un muchacho de 90 años que razona, sueña y dibuja como los ángeles, y que, habiendo vivido en una España hostil y complicada, jamás se emancipó de la alegría.
Si (
No(
