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Dos eventos planetarios

Dos eventos planetarios

miércoles 04 de mayo de 2011, 20:24h
Una boda en Londres y una beatificación en Roma han mantenido ocupados a todos No es usual que más de un evento concite la atención -a ratos desmesurada, hay que decirlo- de la televisión mundial. La semana que acaba de concluir ha sido una de esas raras ocasiones. Una boda en Londres y una beatificación en Roma han mantenido ocupados, no sólo a los medios de toda condición, sino a sus incontables usuarios en todo el mundo. Vamos con la primera, la que tuvo lugar el viernes. Una inesperada visita de todo un día a la Emergencia del Centro Médico Docente La Trinidad me impidió llevar a cabo lo que me había propuesto: seguir los pasos de la boda inglesa, inesperadamente convertida en boda planetaria. No me impidió, empero, ver y oír los comentarios a posteriori. Todo adquirió un mayor sentido cuando oí a un joven, trabajador de la construcción, con muy poca educación formal, contarme emocionado como él -con muchos amigos de su barrio- se había levantado a las 3 de la mañana del viernes para seguir la boda real. Su emoción me dio muchas claves que creo vale la pena considerar. Para un mundo que no para de oír de los continuos asesinatos en México, de una crisis económica que como un mal de rodilla se ha instalado en la sociedad contemporánea, de los crímenes de las satrapías árabes, con su diario conteo de muertos en Libia y Siria, para no hablar de sus cárceles repletas de torturados por haber hablado en público de lo que no debían; un evento como el del viernes en Londres es algo tan refrescante, ofrece unas pocas horas de solaz que uno no puede menos que considerarlo un regalo para el planeta. Por supuesto que no han faltado los eternos "contabilistas", que siempre no hacen otra cosa que sacar las cuentas de los costos del evento, sin jamás ponerse a pensar en costos de los tanques y misiles de Gadafi y del dictador sirio. Ni tampoco del beneficio que unas horas de felicidad colectiva proporcionan. A la gente poco le importó el asuntico de los costos si la recompensa era ver a dos jóvenes en la flor de la vida llevando a cabo un matrimonio que ninguna cancillería arregló sin contar con ellos. Un joven apuesto y una inglesa bella y radiante -cosa muy poco común en las Islas Británicas- estaban allí, pendientes de lo que hacían y de porqué lo hacían. Y allí se desplegó, lo que los ingleses saben hacer bien: la pompa y el ceremonial que todo el mundo, harto ya de tanta boda "a la volangé", esperaba ver. La disciplinada guardia real, los hermosos caballos y una carroza que les recordaba la llegada de Cenicienta, tornada princesa, al baile de palacio. Adentro iban estos jóvenes con quienes el planeta entero tuvo una identificación instantánea. Por momentos, los ingleses se olvidaron de los despidos masivos, de los recortes presupuestarios en los programas sociales... y nosotros de los presos políticos, las "cadenas" y el bla bla bla de promesas en la cual sólo los tontos y los desesperados creen todavía. Más lejos, desde el sábado ya llegaban a Roma los peregrinos por rumas; los polacos -era de esperarse- en primer lugar. Venían a ver el primer paso de la construcción de un santo. El hecho de que quien ahora protagonizaba la ocasión fuese el mismo que, al crear tantos santos y beatos, banalizara la condición misma, pasó desapercibido. Llegar a la santidad ya no es lo que era... Cuál será el papel que la Historia -no los medios del momento- le asignará a Juan Pablo II no podemos saberlo todavía. Es muy posible que el tiempo por venir lo confine a los altares, donde estará con muchos otros que él creó. Con Maximiliano Kolbe, por ejemplo, el abnegado franciscano polaco que, para salvar a otro prisionero, se ofreció de víctima inmolatoria en Auschwitz. Lo que creo difícil es que su papel para la Iglesia sea el que ahora pretenden construirle los untuosos comentaristas de ocasión. Él "congeló" los pasos de gigante que la Iglesia venía dando desde el grandioso Papa Juan XXIII, otro beato; y con mano férrea la mantuvo en el carril tradicional, como era el polaco de donde venía. Quizás sea el veredicto que el gran pensador protestante francés, Paul Ricoeur, dio de sus acciones, el que mejor lo explique: "de una gran apertura al mundo con gran represión interna": cualquier apertura de la Iglesia al mundo sólo provendría de él, de nadie más. En la ceremonia se echó de menos el fenomenal arsenal que la Iglesia muestra en otras ocasiones -Semana Santa para citar un caso. Por lo demás, lo que es esperable en términos de pompa en una boda real, uno no lo espera -ni lo quiere- en quienes siguen a Jesús de Nazaret.
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