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Actitudes y hechos

martes 12 de julio de 2011, 12:02h
José Luis Rodríguez Zapatero no pronunció la frase manida: “pretendo agotar la legislatura” como ha venido insistiendo en otras comparecencias. Incluso, hace una semana, se atrevió a facilitar el porcentaje del 80% para terminar su segundo mandato en marzo. Los cambios que ha realizado en el Ejecutivo para sustituir al candidato Rubalcaba han constituido un mero trámite que únicamente puede salirse del guión por la portavocía que va a desempeñar José Blanco, sin duda, con más peso específico dentro del PSOE que Ramón Jáuregui. Zapatero no ha tenido reparos en explicar las razones de esta medio sorpresa por la visión global de toda la acción del gobierno en estos años, que sin duda intentará poner en valor frente a la devastadora influencia de la crisis y su nefasta gestión, y, sobre todo, por la confianza que dan los años de trabajo conjunto. No hacía falta que añadiera que le pasaba la factura a Jáuregui por el desliz de confiar en quien no debía hace unos meses sobre la continuidad de Zapatero y la posterior traición del off the record que le dejó en una malísima posición. Cuando los profesionales no cumplen las reglas, se pierde la confianza y la credibilidad, e, incluso, llegan las fechorías intolerables como las de los carroñeros dirigentes de News of the world, que luego pagan los periodistas inocentes por el cierre del medio. La verdad es que no era, o sí, que diría Rajoy, el mejor día para estar preocupado por un posible, probable, deseable o necesario adelanto electoral cuando la prima de riesgo española volaba por encima de los 320 puntos básicos y la de Italia corría suerte parecida. Nos agobiamos con lo que ocurre en España, ineludible por los millones de parados, pero es Europa la que atraviesa una crisis profunda de operatividad, eficacia y confianza que requiere una acción decidida, clara y contundente por parte de los países de la Eurozona para plantar cara a los especuladores demostrando unidad y fortaleza pero a la vez es imprescindible que se saneen unas economías endeudadas y sin control. Los ciudadanos pagamos el pato de los recortes y las reformas, mientras algunos culpables siguen ganando fortunas; pero sobre todo sufrimos una inoperancia política, salpicada de mediocridad y arrogancia, que culmina el hartazgo popular con la corrupción. Y en juego está la democracia, el mejor sistema de los conocidos donde los políticos deben recuperar el apoyo ciudadano con actitudes y hechos. Y, después, que pidan el voto.
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