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El sexto pecado capital

El sexto pecado capital

jueves 08 de septiembre de 2011, 12:49h
Dicen que la envidia es el pecado capital de los españoles por antonomasia. No me atrevería a desmentirlo: este no es un país soberbio, ni avaricioso, ni más ni menos lujurioso que otros, con falsa fama de perezoso porque nos envidian el invento de la siesta. Somos iracundos solamente cuando estamos al volante y, en cuanto a la gula, si quitamos las cañas con tapa, hay que recordar que somos los paladines de la sanísima dieta mediterránea. En cambio, la envidia, me temo, nos asoma por todos los poros a la menor ocasión. Y la ocasión la pintan calva cuando, desde ayer, se hizo pública la declaración de bienes y rentas de los parlamentarios. Ahí es nada, el morbo de saber que Manuel Fraga cuenta con casi un millón de euros en acciones, fondos de inversión, el plan de pensiones, además de su casa de Galicia y quizá alguna otra cosa que no haya considerado digna de mención. Y así, con todos, y si hablo de Fraga es porque se ha convertido en uno de los ‘trending topics’, uno de los hitos, de los comentarios de las redes sociales: ¿cómo es posible que Fulano diga que solamente tiene un coche y un bote de recreo cuando yo le he visto un yate, y hay que ver su tren de vida? ¿De dónde saca Mengana para tanto como destaca, como dice la célebre canción de Olga Ramos? Ya está: el cotilleo del día está servido, y lo entiendo. Buen pretexto para sacudir una nueva patada en las espinillas de la clase política. Que, por cierto, puede que algún puntapié merezca, y ahí están los sondeos del mismísimo CIS indicándonos que los políticos están valorados como el segundo problema, aunque a distancia tras la situación económica y el paro, de los españoles. Pero me temo que voy a decirle a usted algo que quizá usted, a primera vista, no comparta: si están escrupulosamente registrados, los bienes de Sus Señorías no son demasiados, en general, si se comparan con los de un profesional medio con unos cuantos años de experiencia. Los sueldos de nuestros políticos están ajustados; ya me gustaría a mí que, mereciéndolo por razones de mérito académico y laboral, ganasen mucho más. Y esto es precisamente lo malo: que, como el sueldo no es bueno y el reconocimiento social es casi pésimo, quienes se integran en las filas parlamentarias dejan, algunas veces, bastante que desear en cuanto a preparación intelectual y anclaje en la sociedad civil. Y sospecho, ay, que vamos a comprobarlo en la composición de las inminentes candidaturas de las que, si nadie lo remedia, va a estar ausente lo mejor de esa sociedad civil.  Pero hoy tengo que romper una lanza por esa misma clase política a la que tantas veces he criticado y criticaré: la representación de la ciudadanía exige una recompensa. Otra cosa, desde luego, es que vaya acompañada de prebendas y privilegios excesivos. Y, por supuesto, muy otra cosa es cómo se ejerza tal representación. Ahí, y no en la cuantía de la nómina, es donde debe empezar a analizarse la cuestión. Lo demás se llama envidia, que ya se sabe que es malsana. Así que cuidado con ella.
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