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Esperanzas frustradas por la crisis

Esperanzas frustradas por la crisis

La palabra crisis se ha adueñado de las noticias en forma casi permanente. Hablamos de la crisis desde 2008. De crisis se ha discutido en las Cortes y en los parlamentos autonómicos. De crisis han hablado los ministros y los economistas. De la defensa de la sociedad del bienestar hablan todos los políticos que se van a presentar a las elecciones, más ahora los de derechas que los de izquierdas. Hay quien se cree que ganará la confianza del electorado hablando de lo imposible: el bienestar, que se va y se pierde con las deudas a pagar. Los que gobiernan, de izquierdas y de derechas, recortan gastos. Saben que las previsiones económicas no favorecen el crecimiento económico que todos sabemos es absolutamente necesario para reducir el paro emergente y el encubierto. Los sindicatos se oponen a los recortes sin ofrecer otras soluciones, como la oposición conservadora. Los trabajadores se manifiestan reclamando justicia social. Cada vez cierran más comercios. Cada obrero en paro, cada empresa disuelta, cada oficina profesional cerrada, son una nueva esperanza frustrada. No hay acuerdo entre los economistas sobre respecto a la crisis actual. Tampoco entre los políticos. En las primarias francesas, entre socialistas, se ha puesto claramente de manifiesto las diferencias entre hacer política de Estado para crecer o hacer política de Estado para contener la deuda. Pero mientras unos países se debaten en la crisis con una obsesión enfermiza, otros como Polonia, Australia, Canadá, Brasil, China y Rusia parecen no verse afectados por la desaceleración que atraviesan las economías americana y europea. Las intervenciones recapitalizadoras de la banca de los Estados europeos no impiden la desaceleración ni el incremento de la morosidad. Se dice que el dinero no tiene patria, no es neutral en sus movimientos especulativos. Y ahora los Estados europeos deben luchar contra esos movimientos que parecen favorables a la destrucción de la unión europea, unificar políticas económicas y fiscales, hacer cambios estructurales en la economía europea. Nadie imaginó en 2008 que se produciría el parón económico que aún arrastramos. Embebidos en mantener una política especulativa en el sector de la construcción, un nivel recaudatorio fiscal que permitía el endeudamiento del Estado y sostener sectores como el carbón, el textil, la reconversión de la construcción naval, la industria del calzado, sin cortar hasta ahora la sangría de los recursos comprometidos por el clientelismo político, comprometiendo, por falta de previsión, el futuro de la economía española. Lo ocurrido con el abuso indemnizatorio para altos cargos puesto de relieve ciertas Cajas de Ahorro, o también en el fútbol, los cargos políticos de confianza con elevados sueldos, los consejeros de organismos oficiales como RTVE, con un sueldo de 100.000 euros anuales, con coche y secretaria a cargo del erario público, de los que se desconoce, porque no trasciende, su asistencia a reuniones y trabajo real efectivo, los coches oficiales para diputados de parlamentos autonómicos que hasta hoy no se ha conocido por la opinión pública, son simplemente una muestra de lo mucho que hay que corregir en toda España. ¿Hemos de tachar de irresponsables a nuestros gobiernos en toda Europa?, ¿hemos de denunciar por incapaces a los alcaldes que no tienen con qué pagar nóminas de los funcionarios ni los servicios competencia del ayuntamiento que tienen contratados? ¿Quedan todavía trabajadores de servicios públicos que tengan la ocurrencia de hacer huelga para que les hagan funcionarios fijos? ¿Hay aún quien se crea que las elecciones cambiarán las cosas?. Mientras buscamos la respuesta a tanta pregunta, nos damos cuenta de que no se ha debatido a fondo el papel del sector público en la economía de un país, ni de la misma Unión europea. No se han puesto limitaciones a la flexibilidad del mercado del trabajo. Y la pregunta vuelve a ser: ¿Son estas reformas las fundamentales para evitar una depresión?. Luchar contra el exceso de deuda pública se ha enfocado por los gobiernos conservadores y algunos progresistas, a través de la reducción del gasto, y el aumento de los ingresos del Estado que no se puede fiar a sucesivas emisiones de deuda para pagar intereses y capitales pendientes de devolver. No ha subido el iva por ahora, ni se han creado nuevos impuestos, excepto la recuperación temporal del extraordinario sobre el patrimonio que puede llegar a ser injusto si destroza pequeños y medianos patrimonios carentes de liquidez. De momento solo en algunos municipios se ha incrementado el Impuesto sobre Bienes Inmuebles. Habrá más subidas, sobre todo en los indirectos. No hay otra política fiscal para países como el nuestro si Europa no decide otra cosa. El Estado tiene una vida indefinida frente al sector privado y dispone así de una fuente de recursos coactiva. Pero corre el riego de encontrarse con las arcas vacías si la economía del sector privado está agotada, los recursos de los particulares no llegan al Estado. Solo hay que ver la bajada de recaudación en toda clase de impuestos empresariales y profesionales. No hay dinero. También los particulares y autónomos están ahogados por las deudas. La presión fiscal al sector privado por la vía coactiva puede ser ineficiente, resultar injusto y contrario a la equidad, si no integran un plan de mantenimiento del Estado del bienestar y cargan más el peso de las reformas en las clases populares y medias, si no se obliga a los sectores financieros a potenciar el crecimiento económico de las empresas con posibilidades, cooperar con el sector empresarial para abrir mercados antes de que otros países se hagan con ellos, nos dejen sin espacio comercial. El tratado de libre comercio USA-Colombia es un claro aviso de la política que conviene a este país: Combinar acción pública con sector privado. No fue una política de crecimiento e innovadora el cerrar los ojos a la descapitalización del sector financiero privado que potenció durante años la burbuja inmobiliaria hasta que estalló, fomentar el sector del carbón que debía cerrar tarde o temprano, reconvertir la construcción naval antieconómica, sostener sectores económicamente desplazados y deslocalizados. El Estado tenía y tiene que invertir en investigación, educación, promover la innovación, fomentar la creatividad empresarial, potenciar el ingenio y las capacidades empresariales y tecnológicas de nuestras empresas, ayudar al sector privado a abrir mercados internacionales. Es en el mundo de la economía global donde el empresariado luchador en una economía libre y competitiva tiene una oportunidad. El Estado también si sus empresarios triunfan. Obligado está el Estado a poner todos sus medios a disposición de los emprendedores para abrir, extender y hacer crecer las empresas dentro y fuera del territorio. Esta será siempre su mejor inversión junto con la educación y la sanidad. Ya no vivimos, ni podemos vivir todo el año, esperando que nos visite el turismo. No podemos volver a la época en que la economía española estaba basada en las remesas de los emigrantes, las divisas que nos aportaba el turismo, alguna que otra inversión extranjera, las bases americanas, y las exportaciones de naranjas, claveles y tomates.