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Historia de amor, glaomur y política

martes 24 de julio de 2007, 09:48h
    Glamorosa; algo soberbia y un tanto frívola.Frontal, en  ocasiones demasiado.  Ciclotímica, vanidosa y en alguna medida arrogante. Contradictoria. Mal carácter. Cualquiera de estos calificativos le podrían calzan a medida a esta platense de 54 años,capricorniana, nació un 19 de febrero de 1953. Es la candidata a suceder en la Casa Rosada a su propio marido, el presidente Néstor Kirchner quien, vaya a saber uno por qué oscuro designio, con más de 50 por ciento de imagen positiva decidió renunciar a la reelección y le cedió su lugar. Es Cristina Fernández de Kirchner, primera dama del país, aunque no le guste el título honorífico ni –como dijo alguna vez- la portación de apellido. Así es que prefiere ser llamada Cristina Fernández, o “Cristina”, a secas. Así, “con nombre de reina”, como alguna vez le dijeron y desde entonces no oculta que le “encantó.

     Esta bella mujer típicamente de clase media,formada en la universidad pública  por entonces influenciada por la epopeya del “Che” y las guerras de liberación anticoloniales, si las encuestas no mienten será la próxima jefa del Estado argentio, una mujer-presidente, electa por primera vez en la historia nacional (la “otra”, Isabel Perón, heredó el cargo a la muerte de su marido).

    Fue en los álgidos y tormentosos años 70 que conoció a su marido, un flaco, desgarbado y según se dice, muy feo militante de la  Juventud Peronista, el brazo político, se puede decir, de la guerrilla montonera. A contramano de la austeridad que imponían las rígidas pautas de la militancia setentista,  a esta joven mujer solía vérsela taconear por los pasillos de la facultad de Derecho en la Universidad de La Plata, con llamativas minifaldas que no pasaron inadvertidas para Néstor. La lógica decía que era un amor imposible: ella, una hermosa mujer; él, feo, con
gruesos anteojos y el pelo lacio sobre la frente, pantalones algo raídos y campera guerrillera casi hasta las rodillas: El hecho es que la historia hizo que muchos se preguntaran cómo pudo ese flaco feo, chicato y de andar desgarbado conquistar ese “minón”.

    Fue una tarde, o quizás ya de noche, la de un “Día del Estudiante” (coincidente con el de la primavera austral, es decir, un 21 de setiembre) que Néstor y Cristina se convirtieron en pareja. El volvía de festejar con una borrachera a cuesta, lo que al parecer irritó a la dama que solo pretendía estudiar. Lo cierto es que seis meses después se casarían en la misma ciudad de La Plata, ella a poco de recibirse de abogada, él no tanto. Llegaría la dictadura poco después, el “exilio” a la provincia de Santa Cruz,donde ambos forjarían una sólida posición económica
(compuesta, entre otras, de una veintena de propiedades en Santa Cruz, que hoy administra el  hijo de la pareja) y harían además carrera política. También vendrían los hijos:  Máximo, primero, y varios años después Florencia, todavía hoy adolescente.

    Ella es fiel a su marido, compañera, pero al mismo tiempo independiente. A diferencia de otras mujeres  “portadoras de apellido” -como una vez les dijo a la cara, en un congreso partidario poblado de hombres, y para colmo la mayoría machista, a las esposas de dos conocidos dirigentes peronistas, uno de ellos un ex presidente-, Cristina se forjó a sí misma. Fue varias veces diputada y senadora , tanto a nivel provincial como nacional; aunque también convencional constituyente  en 1994. Como primera dama, o “primera ciudadana”, como gusta que le digan, supo demostrar perfil bajo, aunque no logró evitar cierto nivel de exposición en las revistas de actualidad, encargadas de “escarcharla” en cuanto viaje al exterior que hizo, sola o acompañando a su marido, en sus habituales escapadas al shopping.
 
    Porque, mujer al fin, tiene sus debilidades. Es amante de las grandes marcas, y muy cuidadosa con la ropa. Sus carteras suelen ser Louis Witton, lo mismo que sus zapatos, siempre de tacos altos. Además, como una Evita moderna, siente atracción por las joyas. Está obsesionada por no envejecer y hasta alguna vez fantaseó con hacerse una cirugía, pero no lo hizo para evitar un escándalo que pudiera perjudicar a su marido, presidente de un país que ya se cansó de la cultura menemista. Cierta vez, en las postrimerías de la dictadura, sufrió un accidente  automovilístico en las heladas calles de la Patagonia cuando venía de realizar actividades proselitistas. Cuando despertó en el hospital, lo primero que pidió fue un espejo. De ese episodio le quedó una marca casi imperceptible que aun planea corregir en el quirófano.
   
    No se le conocen muchas amistades y muchos de quienes la frecuentaron,  no suelen hablar bien de ella. Algunos la tildan de autoritaria, irritable y una reciente publicación dijo de ella que tiene personalidad con “trastorno bipolar”, una forma moderna de decir que es maníaco depresiva. Los que creen en esa versión de la candidata, sostienen que pasa muy rápido de la euforia a la depresión, y que suele recluirse durante largos períodos. Son conocidos sus  berrinches ante propios y extraños, por eso es tan resistida en muchos casos. Quizás su belleza e
inteligencia ayuden a ganarse enemigos. Entre quienes no la quieren, se dice también que rechaza la pobreza, por eso son tan comunes sus incursiones en ambientes académicos. Sus tacos nunca se ensuciarán de barro. Tiene por norma  eludir todo aquello que huela a liturgia peronista, pese a que a muchos de sus colegas en el Parlamento suele retarlos diciéndoles que hay que acordarse de Perón y Evita antes de hacer  las leyes. Enredada en esa misma contradicción, su cosmovisión progresista acepta el uso del condón pero rechaza  visceralmente el aborto. Entre otros atributos, es dueña de una oratoria singular, aunque por lo general luzca demasiado enojada, tal vez
consigo misma..

    Así es, en síntesis, la historia de la mujer que, en diciembre, pueda  convertirse en “el hombre fuerte”  de la República Argentina. 
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