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Contra pederastia, pastillas

Contra pederastia, pastillas

miércoles 22 de agosto de 2007, 11:00h
Tras unas jornadas agotadoras dirigiendo al personal subalterno en la limpieza general del palacete barcelonés de mis señores, reemprendo esta sustitución de Don Tito al hilo de la escandalera que se ha formado por esa idea del presidente Sarkozy (francés como su apellido húngaro no indica) de la castración farmacológica de los pederastas reincidentes. Tertulianos, comentaristas, opinadores y gentes de la calle han puesto el grito en el cielo, y no solamente en contra de la medida. O sea, que hay división de opiniones como cuando, en la reciente historia de la Tauromaquia, daba la espantada ante  un morlaco de Torrestrella –por poner una ganadería—el ilustrísimo diestro Don Francisco Romero López, más conocido por Curro Romero. Excuso decir, en el caso taurino, el carácter y alcance generacional de la división de opiniones, aunque indico que eran por ambas líneas familiares.
Ciertamente, damas y caballeros, Monsieur le Président de la République Française no se ha leído a Beccaria en su obra acerca de los delitos y las penas. Y tampoco ha oído hablar de Concepción Arenal, la ilustre penalista viguesa, que allá por el último tercio del siglo XIX, afirmó lapidariamente: “Odia al delito y compadece al delincuente”. Hablemos pues de la pederastia, que es un delito, aunque no hay que confundir con la paidofilia, que es una afición (por cierto, bastante inconfesable y socialmente mal vista). Un horror, vamos. Pero, a tenor de lo que aparece en los medios de comunicación, parece que los pederastas son como La 2 de TVE: amplias minorías.

Alguien muy conocido –no voy a decir quien—concluía que en eso de la pederastia, “quien prueba, repite”. Algo así como el ajo, si se me permite el símil rural. Y claro, el presidente Sarkozy, ante la alarma social despertada, y como que es alguien muy expeditivo, a la vuelta de sus vacaciones en EEUU, pues ha abordado el problema en corto y por derecho. Algo así como las feministas radicales de hace tres décadas: “Contra violación, castración”. Grito que solían proferir en aquellas manifestaciones, mientras esgrimían unas tijeras enormes. En Francia su presidente no quiere llegar a tanto. “Contre la violation des enfants, la pilule”. Contra las violaciones infantiles, pastillas al canto. Pastillas que, por supuesto, inhiben la líbido de los pederastas. Drástico, pero moderno y subido al tren de la industria farmacéutica. De la misma forma que existe la píldora anticonceptiva, ahora hay que aplicar la píldora antipederastas. Es el signo de los tiempos.

Claro que el anuncio del presidente francés ha puesto de los nervios a más de un progresista, porque la cosa le suena a la Ley del talión: ojo por ojo, diente por diente. Especialmente porque esta idea sale de un presidente de derechas, espejo en el que se miran, por cierto, los peperos patrios. Otra cosa sería si, de acuerdo con la Ley de Violencia de Género, la idea hubiese surgido del entorno buenista de José Luis Rodríguez Zapatero. Entonces esta medida sería justa y necesaria, amén de progresista. Aunque, visto así, a la luz de la dialéctica marxista, se incurriría en contradicciones internas. Por ejemplo: la de abogar por el consumo de la píldora antipederastas, mientras se persiguen otro tipo de píldoras, las de pasarlo bien en macrobotellones y otras jaranas juveniles. ¿Por qué una pastilla inhibidora de la líbido y no una que permite al consumidor pasarse veinte horas seguidas de bailoteo? Eso queda para el legislador.

No obstante, señoras y señores, habría que arbitrar un sistema para que quienes sienten pulsiones libidinosas hacia la infancia, puedan adquirir con cargo a la Seguridad Social, pastillas inhibidoras. Porque siempre es mejor prevenir que curar. Quizá, hace como cinco años, si Michael Jackson hubiese conocido la existencia de estos fármacos, se hubiera ahorrado el costosísimo juicio en el que consiguió verse exonerado de las acusaciones. Y quien cita a Michael Jackson, por ejemplo, puede citar a una amplia representación clerical, excesivamente sensible a los encantos de la niñez. Sin ir más lejos. Sans aller plus loin.
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