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No a cualquier precio

miércoles 05 de septiembre de 2007, 13:47h
   Los gobernantes asentados en mayorías minoritarias aparcan los rodillos de sus épocas de mayoría absoluta y se flexibilizan para atender las demandas de sus socios de gobierno. Eso, de entrada, no sÓlo no es malo, sino que casi siempre resulta muy ventajoso para la consolidación de una democracia. Uno de los fundamentos de la misma es el respeto a las minorías, y no cabe duda de que las minorías se respetan mucho más por quienes gobiernan sin mayoría absoluta. Es preferible hablar algo de catalán o de euskera o de gallego en la intimidad que gobernar a golpe de decretazo.

   El problema se plantea cuando la supeditación a las exigencias y los intereses de los socios de gobierno se vuelve excesiva; cuando, por mantenerse en el poder a toda costa, se hacen concesiones que  puedan lesionar los intereses generales.

   Y eso suele ocurrir si el partido que forma gobierno -el autonómico o el de la Nación- dispone de una exigua ventaja de escaños sobre la oposición, o aún peor, si la oposición es quien dispone de esa ventaja. Ejemplos no faltan, y el Gobierno de la Generalitat presidido por Maragall fue uno de los más ilustrativos en ese sentido. Parece que el president Montilla tiene esta lección bien aprendida; más le vale. Y Antich, en Baleares, debería haberla aprendido también en propia carne.

   Tampoco Zapatero se libra de la reflexión ante los errores cometidos con las reformas autonómicas. Así, la nueva política de pactos debería seguir un lema: 'No a cualquier precio'.

   En esa línea parece ir la decisión del PSOE de no formar gobierno con Nafarroa Bai, impuesta a una parte de la militancia del PSN que se siente defraudada. Hay condiciones, creen ahora en Ferraz, en las que gobernar puede resultar mucho peor que estar en la oposición; por mucho frío que haga fuera. Un equilibrio tan inestable de fuerzas no recomienda aventurarse por caminos nebulosos.

   Ahora el Gobierno se enfrenta a un nuevo reto de indudable trascendencia: la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Y lo hace en unas condiciones nada ventajosas. La proximidad de las elecciones va a marcar serias distancias con quienes hasta ahora le han ido apoyando y que, sin duda, apretarán las tuercas a sus exigencias. Una buena ocasión para que el presidente Zapatero y su Gobierno pongan en práctica lo reflexionado a lo largo de la Legislatura. ¿Merece la pena, a estas alturas, caer en brazos de quienes, por la cercanía de las urnas, van a multiplicar sus exigencias, o será más conveniente para el interés general e incluso  para el propio interés electoral del PSOE, mantenerse firme aún a costa de prorrogar los Presupuestos? Parece que la situación económica lo permite y negociar los dineros a cara de perro y en estado de necesidad no es lo más prudente.
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