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Loyola de Palacio

jueves 14 de diciembre de 2006, 11:55h
Habitualmente se piensa que la muerte es un lugar adonde nunca iremos de visita, pero la muerte es un misterio cierto que pasa la letra de cobro con una puntualidad que provoca frío.

A Loyola de Palacio le ha matado un cáncer que es la cornada por dentro que dan las células alteradas; ella no tenía intención de morir pero la muerte lleva prisa y no repara en apellidos, ella (descarnada realidad) tiene un carril por el que circula sola libre de atascos. No sé si habrá ángel de la guarda que nos cuide pero estoy seguro de que hay una parca que nos vigila, ya sea en forma de espada al estilo Damocles o de guadaña romántica. Es el único reloj que no atrasa.

Los obituarios hoy destacan la parte política de Loyola de Palacio y hablan de Aznar, de Fraga (fue chica Fraga como otras fueron chicas Hermida), de su militancia histórica en el Partido Popular y del resto de la biografía que no es más que la letra pequeña de una tarjeta de visita. Pero no dicen nada de la persona que se ha apagado, ni de la ilusión que se ha desvanecido, apenas un renglón para recordar que fue mujer antes que cargo público. Pero ya se sabe que los obituarios son espacios de vivos donde el muerto es una figura literaria sin derecho legal a rectificación.

Loyola era persona de fe, supongo que tener a Dios de tu parte es el mayor consuelo. Y también con gran sentido vital de la existencia, por lo tanto sé que no ha cruzado con miedo la línea del frío.

La muerte ha hecho su trabajo, ahora que ella descanse tranquila para siempre convertida en incansable joven de la derecha, vital, utópica, vasca y española.

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