El Metro de Madrid es el escenario diario de decenas de músicos que, en sus pasillos y vagones, amenizan el trayecto de los viajeros del suburbano con una amplia variedad de instrumentos. Estamos acostumbrados a verles. Guitarras, violines, saxofones, tambores, teclados o acordeones suenan al compás de artistas anónimos procedentes de diversas partes del mundo que tocan ritmos que van desde jazz hasta flamenco, pasando por música latina, clásica o rock. ¿A cambio? Sólo una propina (no limosna) de quien sabe apreciar una melodía.

Todos los días desde hace más de un año Andy madruga para ser el primero en llegar a uno de los vestíbulos de Avenida de América, uno de los lugares más transitados del metro y más pretendidos por sus músicos.
Llegó de Perú hace casi cuatro años y asegura que el tocar en el metro con su guitarra le sirvió como terapia para perder el miedo y la vergüenza que le causaba encontrarse en un país desconocido. “Empecé trabajando en la construcción hasta que gracias a un amigo que tocaba de manera excelente en Gran Vía me compré una guitarra y un amplificador y pude empezar a tocar y cantar por mi cuenta”, comenta. A su lado, le acompaña su compañero Roberto, un violinista ecuatoriano de 41 años que lleva nueve actuando de manera esporádica en el suburbano.

Lo cierto es que con la llegada del mp3, mp4, los Ipod y la descarga de música gratuita por Internet son muchos los transeúntes que llevan puestos los cascos y pasan por alto la presencia de estos artistas. "La mayoría de la gente tiene demasiada prisa y no se paran a escucharnos, pero a pesar de todo, salvo excepciones, todo el mundo lo acepta bien. En alguna ocasión esporádica, hasta nos han pedido canciones", asegura Andy.
Es curioso el caso que se vivió en el metro de Washington. Allí, el diario The Washington Post realizó un experimento que consistía en colocar a uno de los mejores violinistas del mundo, Joshua Bell, en uno de los andenes del subterráneo. Bell tocó durante casi una hora ante los viandantes y casi nadie se detuvo, tan sólo una mujer que le reconoció y se paró a escucharle durante unos minutos. Este experimento pretendía demostrar el comportamiento automático del ser humano y reflexionar sobre una importante pregunta: ¿tenemos tiempo para la belleza?

Ángel es un saxofonista que acude diariamente al pasillo de intercambio entre las líneas 10 y 4 de la estación de Alonso Martínez. Llegó de Bulgaria hace cuatro años con su hijo pequeño que, al igual que él, trabaja como músico en las calles de Madrid. Tiene aspecto cansado y se siente impotente al no poder explicarnos todos los detalles de su vida como músico, al tener grandes dificultades con nuestro idioma.
La normativa del Metro de Madrid permite situarse a los artistas "en espacios que no interrumpan el tránsito de los viajeros, siempre que el volumen del sonido no perturbe la actividad de la taquilla".
La entrada y salida de los músicos es totalmente libre, a diferencia de lo que ocurre en Barcelona, donde tienen que estar vinculados a la 'Asociación de Músicos de Calle', que organiza los horarios y estaciones donde tocan. o en Valencia, donde un jurado elegido por 'Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana' selecciona los artistas que actúan en el suburbano a través de un 'casting'.

En Madrid está prohibido tocar en andenes y vagones, al igual que la práctica de la mendicidad. A pesar de esta normativa, cada día son muchos los músicos que se arriesgan a tocar en los coches en una situación de huída continua de los vigilantes de seguridad.
Tras despedirnos de Ángel, nos dirigimos hasta la estación más antigua de toda la red para encontrarnos con Bocomil, un joven de 25 años y nacionalidad búlgara que sólo lleva ocho días en España. Vive de lo que consigue tocando el órgano, porque no puede trabajar en otra cosa mientras no obtenga los papeles ni aprenda nuestro idioma.

En Bulgaria se ganaba la vida actuando como músico en bodas, banquetes, bautizos y comuniones por un sueldo muy inferior al que gana ahora. Está feliz, dice que le encanta nuestra ciudad y que de momento todo el mundo es muy amable y recibe la música con agrado.
En fecha de agosto de 2007, la red de Metro de Madrid cuenta con 310 kilómetros de vías repartidas en doce líneas convencionales, un ramal y tres líneas de Metro Ligero. Ahora es difícil imaginarse el metro sin ellos. Viajar sería más aburrido y, por qué no, mucho más triste.