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Banderas, dobles lenguajes y referendos

lunes 01 de octubre de 2007, 17:33h
La quema de banderas nacionales y fotos de la Familia Real, junto a la propuesta/órdago del lehendakari, Juan José Ibarretxe, de celebrar en 2008 un referéndum sobre no se sabe bien qué, ha puesto a todos de los nervios y ha dejado al descubierto el doble lenguaje de los partidos políticos en general.

Incendiar enseñas (método de denuncia repetido hasta la saciedad en la etapa de la transición, para expresar el descontento de los que habían sufrido demasiado el peso de la bicolor adornada con los aguiluchos que habían picoteado en las libertades de los españoles hasta hacer desaparecer uno de los símbolos de la Revolución Francesa, junto a la Igualdad y Fraternidad) se ha convertido de pronto en el mal que corroe el Estado de Derecho. Años atrás, la guerra de banderas era un ‘enfermedad’ que se daba sólo en el País Vasco y, en menor medida, en Cataluña, y que afectaba a los deseaban sustituir un símbolo por otro, el suyo.

Estos, previsiblemente, pensaban aplicar las mismas medidas que rechazaban a los que les diese por quemar sus banderas. Dicen algunos que las banderas se llevan en el corazón, otros responden que no, que se lucen en un mástil y algunos aclaran que el mejor uso que se puede dar a estos trozos de tela es  acabar con el frío de los miles de niños y menesterosos del mundo entero que no tienen nada para tapar sus cuerpos ante las inclemencias de todo tipo.

Los que ahora ponen el grito en el cielo por el rechazo a una bandera que dicen ellos que es de todos, callaron como putas cuando los del aguilucho se colaban en sus manifestaciones ‘populares’ y restaban importancia a este detalle. También destilaban doble lenguaje los que, a finales de los años 70 y mediados de los 80, arremetían contra los que en sus actos sacaban la tricolor y daban gritos a favor de la República, pensando que no pasaría nada porque los convocantes eran de los suyos.

Mi madre recuerda los empujones de los servicios de seguridad del PCE cuando, en compañía de mi difunto padre, gritaban amnistía y libertad, mientras ondeaban la enseña de la II República. Les echaron del mitin por provocadores, olvidando conscientemente que la democracia había traído también, y por lo bajini, la pérdida de memoria sobre las atrocidades de que los limpiaron sus historiales llenos de latrocinio, tortura y desprecio a los otros.

Y qué decir de los actos socialistas en los que se daba caña a los jóvenes del PSOE que se cubrían con la tricolor (acto en el Hotel Biarritz, hoy sede la Agencia Servimedia), no porque se apostase claramente por la bicolor sino para que no se supiese que el republicanismo, no sólo el cívico aludido ahora por Zapatero, forma parte del acervo de la izquierda. No se hizo y así quedó, pero de esos lodos vienen ahora estas quemas de banderas y fotos reales.

Y de las consultas populares, qué decir. La clase política, que repite machaconamente que la participación ciudadana no debe quedarse exclusivamente en el voto cada cuatro años, se escandaliza ahora porque este, ese o aquel amenazan con convocar referéndum no para que opine el pueblo, sino para conseguir más y más. ¿Por qué no regulan este tema y, de una vez por todas, se acaban las batallitas?

De esta forma, sabríamos antes de ir a votar en un referéndum cuántas firmas son necesarias para hacerlo posible, qué temas son objeto de modificación, con cuántos apoyos es valida una consulta y que porcentajes mínimos de participación son necesarios. De esta manera, se conocería de antemano que, para cambiar algo, si no participa, por ejemplo, al menos el 55 por ciento de los censados (Estatuto de Cataluña) no habría servido de nada la votación y que, si los que dicen que sí no alcanzan al menos las tres cuartas partes de los que depositan su papeleta en la urna, la cuestión solicitada no podrá ser revocada o modificada.

Sin gritar y con serenidad, se puede pedir que se acaben los revuelos y las divisiones y preguntar si las controversias no pretenden tapar algo que, si se conoce, mosquearía al personal más de lo debido.
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