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Rubalcaba no es el problema

Rubalcaba no es el problema

viernes 21 de octubre de 2011, 07:25h
Me sumo al regocijo colectivo por lo que parece el punto final de la violencia de ETA. Aunque todavía falta su disolución y la entrega de armas, parece que se ha dado un paso definitivo. Ahora solo falta que no haya ninguna escisión, ningún pedazo suelto que quiera seguir haciendo barbaridades, como ha sucedido con frecuencia con las organizaciones armadas cuando quieren poner punto final a sus acciones violentas.

Esa victoria de la democracia me parece que debiera servirnos para defenderla y mejorarla. Desde ese punto de vista, quiero reflexionar sobre la dinámica general que se está desarrollando progresivamente cara a los próximos comicios. Entre otras razones, porque considero que se está haciendo una lectura inadecuada de las últimas encuestas, que apuntan con claridad la alta probabilidad de que el PP obtenga una holgada mayoría absoluta.

En primer lugar, importa subrayar que, efectivamente, las últimas encuestas han traído esa importante novedad. Hasta hace sólo dos meses, la intención de voto no se inclinaba de manera tan acentuada a favor del PP, como para pensar que fuera muy probable que obtuviera la mayoría absoluta. Las últimas encuestas han cambiado eso, otorgando al PP una cantidad de diputados que podría situarse perfectamente cerca (o en torno) a los doscientos.

Pues bien, la lectura que han hecho los grandes diarios que promovieron las últimas encuestas, es que el "efecto Rubalcaba" no está funcionando. Como si la poderosa inclinación de la intención de voto hacia el PP pudiera centrarse en las falencias del candidato socialista. Mi juicio es que están perdiendo de vista las causas de ese movimiento hacia el PP, que no refieren realmente a una contienda entre Rubalcaba y Rajoy. Claro, es cierto que ahora las simpatías que despertaba Rubalcaba, por encima del candidato Rajoy hace sólo unas semanas, han decaído apreciablemente. Pero eso es un efecto del poderoso movimiento hacia la derecha del electorado y no al revés. En pocas palabras, Rubalcaba no es el problema sino el dannificado de la marejada electoral.

Una marejada que tiene causas profundas y que no refieren a las calidades de Rubalcaba, a menos que pudiera pensarse que Alfredo Perez es un auténtico superhombre. El movimiento electoral hacia la derecha tiene dos pilares fundamentales: uno refiere a los votantes tradicionales del PP y el otro al voto flotante que ha decidido orientarse hacia la derecha. Ambos conjuntos componen la tromba electoral que se viene.

En cuanto a los votantes PP, las causas son de vieja data: refieren sobre todo al resentimiento de los continuos "trágalas" culturales que les hizo encajar Zapatero en su primera legislatura. Desde ese rencor cultural ha sido fácil construir una imagen de Zapatero como irresponsable y falto de credibilidad directamente en relación con la crisis económica. Ese transcurso ha galvanizado a los votantes tradicionales del PP.

En cuanto al voto más flotante, la causa fundamental ha sido el efecto negativo de la crisis económica y el pésimo manejo mediático que el Gobierno ha realizado al respecto. Los segmentos más educados de ese voto también están cobrando al Gobierno lo que les parece una gestión objetivamente pésima de la crisis. Pero además de la crisis económica hay una sensación más amplia de malestar que, aunque sea difusa en muchos casos, no por ello es menos importante. Por ejemplo, hay un malestar general respecto de los excesos del modelo autonómico, que se le cobra también a Zapatero por sus noviazgos con los sectores nacionalistas, sobre todo en Cataluña. Pero también el meteórico ascenso de Bildu inquieta en el imaginario peninsular.

Como suele suceder, las crisis económicas producen una fuerte sensación de incertidumbre que se asocia fácilmente a un deseo mayoritario de orden, mientras en sectores minoritarios produce una aceleración radical. Ese deseo mayoritario de orden parece alimentarse también de esa sensación de que hay aspectos del sistema político español, del orden cultural, que están también algo desordenados. En este contexto, fenómenos como el 15-M producen efectos ambiguos: de un lado, generan simpatía porque expresan el malestar que mucha gente siente, pero del otro se perciben (como pasó con el mayo francés del 68) como un elemento más del desorden general.

Lamentablemente, los promotores del 15-M no sólo están convencidos de su justa causa, sino que consideran que eso es suficiente respecto de la política contingente. Por ello, encumbrados por su autoimagen, no tienen necesidad de pensar en cuáles serán los efectos de sus acciones. Ya nos han enterado de que quieren caldear la semana previa a la jornada electoral. ¿Habrán pensado en el efecto que ello puede tener en el curso de la oleada hacia la derecha que se desarrolla? Pues creo que muchos no se habrán detenido a pensarlo, pero me temo que otros si lo hacen y encuentran fantástico "agudizar las contradicciones de esta democracia". En realidad se trata de la vieja tesis de que "cuanto peor mejor". Siempre será mejor -y más épica- la lucha contra una mayoría aplanadora del PP.

Todos estos factores están produciendo una dinámica política favorable a la España conservadora, que, por otra parte, tampoco es tan ultramontana como la pinta la izquierda. Rajoy no suelta prenda programática, pero sí está empeñado en cabalgar la oleada favorable, simplemente mostrando un talante conciliador. Tal dinámica va adquiriendo cada vez más el aspecto de bola de nieve, que golpeará cada día más a la candidatura socialista, a menos que se produzca un error garrafal en la acera de enfrente.

En los últimos días, Rubalcaba lucha desesperadamente por no perder demasiado voto socialista, apelando incluso a las viejas glorias, tipo Felipe González. Pero no es que sea menos simpático, audaz, ingenioso que hace dos meses; es que no es lo mismo tener el agua por las rodillas que tenerla hasta el cuello como la tiene cada vez más.
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