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La era del sexo estéril

La era del sexo estéril

jueves 18 de octubre de 2007, 02:16h

La especie humana, en conjunto, tiene al parecer un radar biológico autónomo que le permite advertir las amenazas más graves contra su supervivencia, como el cambio climático o la extensión inclemente de la jornada de trabajo. Ahí estaría la clave para entender lo que sucede mundialmente con la baja de nacimientos y las conductas sexuales “novedosas” que surgen a diario para evitar la concepción.

Hay algo en el sistema económico-social imperante en el mundo que lo empuja a suprimir bocas para evitar el hambre y la cesantía que él mismo origina. Menos nacimientos le convienen al “establishment”. Para ello fomenta indirectamente el sexo oral (“Wena, Naty”), la homosexualidad, el lesbianismo, la pederastia o la masturbación. “No engendrarás”  parece ser la consigna secreta del sexo en la globalización. También ayuda el temor al sida.

No se trata de compartir posiciones de homofóbicos, católicos a la antigua o moralistas trasnochados. El sexo por el puro placer de la comunión total de dos seres es tan válido como el otro, que recomiendan los cartujos, dentro del matrimonio y para formar familia. Pero el zoológico humano está renuente a tener crías, por motivos no fácilmente detectables, que tienen su fundamento en el inconsciente colectivo, o bien en un cálculo estrictamente racional. ¿Ya se nos olvidó la prolongada amenaza atómica durante la Guerra Fría?

Las Naciones Unidas establecieron el año pasado que hay 180 millones de cesantes en el mundo, y que por lo menos 550 millones de los que tienen trabajo ganan menos de un dólar al día...  ¿Querrá la mayoría de ellos tener hijos ahora, o preferirán la píldora y el condón?

La población total del planeta supera los 6 mil millones de personas, y se ha duplicado en los últimos cuarenta años. En el 2050 seremos 9 mil millones. Vamos más lento pero, al mismo ritmo, dentro de 300 años la Tierra se verá obligada a albergar a 134 mil millones de seres humanos... Si es que llegamos, como especie, a esa fecha.

¿Será ésta la razón secreta de la globalización gay y lésbica que estamos viendo; del sexo oral y anal en auge, que no engendran –ninguno de ellos— posteriores nacimientos? ¿Invita a desear hijos la degradación de la calidad de la vida que soportamos en todos los ámbitos? ¿No ha dicho hasta el Papa  —con otras palabras—  que la superexplotación de los recursos naturales, la economía capitalista y sus exigencias de rendimiento y competitividad, a menudo ilimitadas, atentan contra la supervivencia misma del ser humano?

El calentamiento global podría extender a cientos de millones de personas los efectos de la sequía y la falta de alimentos, en el curso de este mismo siglo. Lo ha estado advirtiendo desde el año 2001 el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU, que acaba de obtener el Premio Nóbel por la seriedad de sus investigaciones.

Sus miembros prevén una subida de las temperaturas de entre 1,4 y 6 grados en las próximas décadas, y advierten que el nivel del mar podría aumentar, por los deshielos y las lluvias torrenciales consiguientes, entre 8 y 88 centímetros, condenando a la desaparición a algunas áreas de la superficie terrestre densamente pobladas. Once de los últimos 12 años han sido los más calurosos desde que empezó a registrarse la temperatura mundial, en 1850.

¿Es o no legítimo que la inmensa población planetaria desbordante intente evitar las calamidades por venir, no engendrando hijos, ni nietos, ni biznietos, ni tataranietos, ni choznos... que tengan que sufrir los horrores del hacinamiento final al que estará condenada toda la especie dentro de tres siglos?

Felizmente, la naturaleza humana regula de una manera misteriosa su fecundidad, muestra de lo cual es la adopción de la poliandria, en diferentes eras históricas, en distintos continentes, con neto predominio de las mujeres (una para varios varones), lo que hace bajar, sin duda, el número de nacimientos. El mismo fin que busca, inconscientemente, lo que podríamos llamar hoy “la globalización gay” y el sobredimensionado sexo bucal. (Preferible a decir “oral”, según los lingüistas). 

Ya sucedió algo parecido en la etapa final de la decadencia del Imperio Romano, cuando, al igual que en nuestra época, se desarrollaron  impetuosamente el aborto masivo (no el terapéutico, que es otra cosa), las relaciones homosexuales, el onanismo, la zoofilia, la pederastia y otras prácticas extravagantes, destinadas todas a evitar el surgimiento de nuevas vidas en el mundo incierto que se veía llegar.

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Camilo Taufic
Periodista

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