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La marcha del CIS, más preocupante que la de la prima

La marcha del CIS, más preocupante que la de la prima

martes 07 de agosto de 2012, 16:21h
Me temo que voy a remar contra la corriente: la valoración que las encuestas hacen de la clase política, en general, es tremenda, reveladora... pero parcialmente injusta. Asistimos al peor -y más corto- verano de nuestros políticos, al menos de los políticos más relevantes; algunos de ellos se mueven constantemente, tratando de dejar huella de su presencia múltiple; otros nos informan de que han hablado telefónicamente con personas muy importantes, pongamos Obama, por ejemplo... En fin, que trabajan. Me consta la preocupación por la marcha del país de la mayor parte de nuestros responsables políticos (garbanzos negros los hay siempre, en todos los ámbitos, y ellos contribuyen no poco a la mala imagen de todos los demás).

   ¿Qué ocurre entonces para que ni uno solo de nuestros representantes aprueba en las encuestas, para que el presidente del Gobierno al que hemos votado con mayoría absoluta hace ocho meses figure en las valoraciones por detrás de un tal Alfred Bosch, de Esquerra, a la cola de la tabla? ¿Cómo es posible que el ochenta por ciento del electorado diga que confía poco o nada en Rajoy o en Pérez-Rubalcaba?

   Pues ocurre, entiendo, que nuestros representantes son incapaces de ilusionar a los representados; se atrincheran, no salen a dar la cara por temor a que se la partan. ¿Cuántos ministros han podido ser vistos este verano andando por la calle, en restaurantes públicos, dando ruedas de prensa abiertas, conversando en una terraza? ¿Cuántos dirigentes de la oposición han sido sorprendidos de tal guisa? Ninguno o muy pocos; el propio Rubalcaba, en Alemania, suspendió un encuentro con periodistas temiendo que le preguntasen por no sé qué historia, quizá no demasiado sólida, sobre espionaje 'industrial' a otro partido. Pero el caso es que no salió a campo abierto ni siquiera a desmentirla.

   Tienen miedo al ciudadano, y eso es lo peor que le puede ocurrir a alguien que dice representarle, y que de hecho le representa. Aborrecen la transparencia, por muchas leyes que hagan predicándola. Me consta la buena voluntad de la mayoría: quieren hacer cosas para el pueblo, pero eso sí, sin el pueblo, que es un maremágnum de opiniones encontradas; además, te dicen los que ahora gobiernan, como antes hacían los que gobernaban, la opinión pública es una veleta: ya verán cómo en unos meses esas encuestas del CIS dan un giro radical. Sí, desprecian a la opinión pública, me temo. De los giros de la opinión publicada, ay, ya se van encargando ellos mismos, pero no quiero extenderme sobre ello en un momento en el que aún debemos comprobar hasta qué punto se van a permitir quienes gobiernan la ocupación de medios. Todo se andará.

   Y así, sin roce con la calle, no se pueden ganar afectos. Sin ideas contagiosas no se pueden generar entusiasmos. Escondiéndose provocan, por el contrario, suspicacias. Gobernando con los viejos tics de siempre no se puede hacer frente a una nueva era, que todos intuyen que no va a ser precisamente mejor que la precedente y que, precisamente por ello, debería procurar una mejor sintonía entre representantes y representados.
   Llevo muchos años mirando el devenir de nuestros políticos; creo que son, en general, buena gente, formalmente honrados, pero últimamente sin la grandeza de aquellos que, equivocándose sin duda en algunas cosas, pilotaron los primeros pasos hacia y de la democracia. Quien, viendo que todo se pone estos meses en tela de juicio, no entienda que es precisa una refundación de esa democracia, merece ese bochornoso suspenso que todas las encuestas, comenzando por las del muy oficial CIS, le otorgan. Debería preocuparles bastante más esa cifra de (falta de) aceptación que la de la prima de riesgo, que a saber desde dónde nos la están fabricando.


>> Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>> 
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