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Nunca más

Nunca más

domingo 28 de octubre de 2007, 13:56h
  Nunca más. Las beatificaciones del domingo en Roma no eran un grito contra los asesinos ni una venganza. No buscaban el rencor ni el enfrentamiento. No eran una provocación ni una declaración de guerra. Fueron una apuesta por la reconciliación, un compromiso de que nunca más, en ninguna circunstancia, ningún español sea víctima de otro por sus ideas religiosas, políticas o sociales. Nunca más. No hay causa que justifique que nadie, en ningún sitio, acabe con la vida de otro y, además, lo haga, de manera inmisericorde, con torturas, por la fuerza. Roma fue un grito de paz y de reconciliación y un reconocimiento religioso, no político, al martirio por causa de su fe de 498 españoles inocentes.  

   La historia está ahí. Reescribiéndose otra vez, y otra vez deformándose. Algún día nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos tendrán un relato sereno y veraz de las atrocidades de unos y de otros. Pero mientras llega eso, no sería malo que habláramos de paz y de reconciliación. Negar las barbaridades que se hicieron sobre ciudadanos que no tenían otro delito que creer en Dios -7.000 religiosos ejecutados en la retaguardia roja, según palabras del nada sospechoso Antonio Montero- significa que los sacerdotes fusilados fueron más de un diez por ciento del total. Y sigue siendo terrible leer hoy en boca de alguien inteligente, como Antonio Gala, que "un pueblo no se equivoca siempre. Los abandonados reaccionan contra quien consideran su enemigo". Algunos se quejan de que la Iglesia no ha pedido perdón. ¿Sólo la Iglesia tiene que pedir perdón?

   Ahora que se conmemoran aniversarios de unos de los mejores momentos de la historia española, la transición, tendríamos, como entonces, que practicar un 'Alzheimer selectivo'. Recordar lo que pasó y por qué media España se enfrentó con la otra media y unos y otros fueron capaces de lo peor. Y olvidar todo lo que nos separa, los fanatismos, lo que nos rompió en dos, porque, gracias a Dios, hace treinta años fuimos capaces de reconstruir la convivencia con la generosidad de todos. Y hoy, España es lo que es porque ha apostado por la modernidad y el futuro, no por el pasado.

   Sin rencor y sin bandos. El odio destruye. Los 498 mártires de la Iglesia Católica no odiaban a nadie y perdonaron a quienes les quitaron la vida. Dejemos que cada uno honre a sus muertos y miremos hacia el futuro. Nunca más algo como lo que pasó hace setenta años. Memoria del error, no del odio. Ejercicio de reconciliación. Memoria del tiempo que unió a los españoles en el paso de súbditos a ciudadanos.

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