El león ruge de nuevo en Madrid

Vestido con un traje y un sombrero negros, el irlandés comenzó la velada a los acordes de This love of mine un precioso medio tiempo que iba a marcar el tono del espectáculo, la increíble voz del “León de Belfast” acompañada por una competente banda, entre los que destacaron el violin de Tony Fitzgibbon y el steel guitar de Sarah Jory.

Pero también se pudo comprobar que no siempre llueve a gusto de todos, el volumen no parecía suficiente para un recinto como el Palacio de los Deportes y algunos espectadores hicieron notar su descontento a lo largo del concierto.

Van Morrison no es famoso por su simpatía y durante el concierto no hubo concesiones a la galería, un escueto “gracias” fue lo máximo que dirigió al público, pero el ex líder de Them es ante todo un músico, y no uno más, sino uno de los más grandes.

Cuando a mitad de concierto sonaron dos de sus más famosas creaciones, Bright side of the road y Moondance, la primera llevada a territorio country y la segunda al del jazz, el precio de la entrada del concierto quedó justificada. Pero hubo más, una estupenda Cleaning windows con homenaje incluído a Gene Vincent o una lograda versión del clásico del blues St. James en la que, como a lo largo del concierto, Van demostró que su forma de tocar el saxofón es tan negra como su forma de cantar.

Para el final reservó Brown eyed girl, su primer éxito en solitario allá por el año 1967, provocando el entusiasmo en el Palacio y levantando a la gente de sus asientos pero no hubo tiempo para más, no hubo bises y después de una hora y media de concierto, que a muchos les supo a poco, el León dejo de rugir.