martes 23 de julio de 2013, 16:47h
Rectificar es de sabios o de quienes tienen que elegir entre la espada y
la pared. Atrapado entre la amenaza de moción de censura (anunciada
por Rubalcaba) y la presión interna de algunos dirigentes populares que
se sienten avergonzados por las repercusiones del "caso Bárcenas", el
presidente del Gobierno ha decidido, por fin, comparecer en el
Parlamento. Lo de menos es que al anunciarlo haya hecho como que quiere
hablar de otras cosas (datos sobre la evolución del empleo y la
economía, etc). Todos sabemos y él mejor que nadie que, pese al formato
parlamentario elegido, desde la oposición (Rubalcaba, Cayo Lara, Rosa
Díez, etc) le van a preguntar por la presunta financiación ilegal del
PP, por las cuentas en Suiza del tesorero del partido y por los
supuestos sobre sueldos recibidos cuando era ministro o jefe de la
oposición.
Lo que intranquiliza a los ciudadanos -por decirlo en palabras del
propio Rajoy- es la muy extendida impresión de que el pasado mes de
febrero, cuando apoyó a Bárcenas -"Nadie podrá demostrar que no es
inocente"-, no dijo la verdad. El contenido de los "sms" cruzados con el
tesorero cuando ya era público que mantenía cuentas numeradas en Suiza,
le dejan en muy mal lugar y abren la puerta de la sospecha. La baza con
la que subirá a la tribuna del Congreso es la mayoría parlamentaria de
la que dispone el PP. Mayoría todavía entregada al culto al líder y por
lo tanto, acrítica respecto de los aspectos infamantes que apareja el
escándalo. Alonso, el portavoz, ha pasado de defender a Bárcenas a
calificarle de delincuente; de negar que Mariano Rajoy tuviera que dar
explicaciones a encomiar la comparecencia. Oído, además, que Alberto
Ruíz Gallardón le ha puesto fecha de caducidad a su presencia en la vida
política, Rajoy comparecerá sin alimentar temor por los idus de Agosto.
Cosa distinta es que logre convencer al personal de que en Génova 13
nadie sabía nada de los millonarios manejos de dinero negro que se traía
entre manos Luis Bárcenas, tesorero del partido.