viernes 13 de febrero de 2015, 10:13h
No sé si partidos y políticos son
conscientes de la imagen -real, por desgracia- que están ofreciendo a la
ciudadanía, pero habría que decirles que resulta absolutamente bochornosa. Aquí
a nadie parece interesarle ni el bien público ni lo mejor para la gente. Luchan
para mantener el poder o alcanzarlo y las guerras internas llegan a extremos
que no hubiéramos imaginado. Si tanto se habló del despacho de Bárcenas en
Génova, ¿cómo no hablar hoy del cambio de cerraduras para evitar que Tomas
Gómez entre en la sede de los socialistas madrileños? ¿Pero hasta donde vamos a
llegar?
A nadie ya le preocupan las formas, la
educación, el buen hacer. Vuelan las traiciones como cuchillos y los besos como
los de Judas. Se conspira con nocturnidad y alevosía y -vuelvo a repetirlo- no
para salvar al país sino para salvarse ellos de ellos mismos. A Izquierda Unida
no le queda ni el apellido y la candidata elegida por su gente, se sale del
partido. El PSOE evidencia con unos hechos tan tristes como claros que Sánchez
utiliza de forma torticera su lucha contra la corrupción: da la patada a Susana
Díaz en el culo de Tomás Gómez y encima la da mal y a destiempo. Esto no
funciona así. Si quiere dejar clara su autoridad y su limpieza, que empiece a
pasar el paño precisamente su gente en Andalucía que es donde más suciedad
parece que se acumula. Pero para eso hay que mandar de verdad y no tener prestado
y bajo vigilancia el cargo de secretario general.
¿Qué está pasando en este país? No puede
ser que una crisis económica, por dolorosa que sea, nos haya llevado a esta
ruina moral en la que los partidos no aspiran a cambiar la sociedad sino a
poseerla y para eso vale todo: no cumplir nada de lo prometido, prometer lo que
se sabe que es imposible cumplir, o directamente y sin tapujos, luchar entre
besos envenados por hacerse con el poder interno.
Nunca me ha gustado Tomás Gómez como líder
del socialismo madrileño -ni a mí ni a la mayoría, según las votaciones-. Pero
menos aun me gusta que, sin razones de peso, los mismos que hace unos días le
jaleaban, le cambien hoy las cerraduras de su despacho. Lo que ha hecho Ferraz
ha sido mezquino y cobarde sobre todo cuando tantos compañeros de Andalucía
están en las puertas de los juzgados, incluido el Tribunal Supremo, por
presuntos escándalos infinitamente más grandes y más sangrantes que el dichoso
tranvía de Parla. Si Gómez es culpable, que se le eche, pero no antes; y si se
le echa antes, que se eche también a todos los que están bajo sospechas más documentadas que el madrileño.
Y para terminar ¿con qué alegre frivolidad
se le ofrece el puesto a Gabilondo? ¿Qué necesidad hay de poner en una
situación tan absolutamente difícil a un hombre honesto? Qué pena que los
liderazgos se tengan que fabrica a base de purgas y titulares y encima jugando con el honor de terceros.