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Requiem por el poder andaluz

martes 15 de septiembre de 2015, 07:37h

En los últimos años del franquismo había una frase que circulaba entre aquellos que pensaben que Andalucía tenía un futuro inequívoso y propio con la llegada de la inminente democracia: “si el andaluz rico piensa en Madrid, decía, y el andaluz pobre piensa en Barcelona, ¿quién piensa en Andalucía?”. Eran momentos en los que los nacionalismos vascos y catalán comenzaban a renacer sus cenizas y muchos creyeron que ese nacionalismo, con un tinte menos conservador que en Bilbao y Barcelna y más progresista, también podría arraigar en esta tierra. Era 1976, recién fallecido Franco, cuando la Alianza Socialista por Andalucía fundada por Alejandro Rojas Marcos, Luis Uruñuela, Pepe Aumente y Miguel Angel Arredonda, entre otros, optó por cambiar sus siglas por las del Partido Socialista Andaluz.

Primer error de bulto que sus dirigentes pagarían muy caro cuando, unos años después, el Partido Socialista Obrero Español de Andalucía fagocitara muchos de sus votos ante la confusión de siglas entre los electores. A ambos les separaban muchas cosas en sus programas, pero sus siglas solo se diferenciaban en una “O” de Obrero que poco a poco iban también perdiendo los socialistas. Para muchos andaluces votar al Partido Socialista de Andalucía era lo mismo que votar a su homónimo Partido Socialista Obrero Español de Andalucía. Y no les falataba razón porque, a la larga, muchos de sus dirigentes se cambiaron de partido y los que se mantuvieron no dudaron en pactar con Manuel Chaves.

El pasado domingo en Torremolinos, el fundador del Partido Andalucista, Alejandro Rojas-Marcos proclamaba el requiem final de una fuerza que ha sido protagosnista indiscutible de la política andaluza en los últimos cuarenta años. Con sus luces y con sus sombras. Y casi siempre con más sombras que luces. “Hoy desaparece el Partido Andalucista, dijo Rojas-Marcos, pero el andalucismo no morirá”. O sí, añado yo. No deja de ser un deseo frustrado, un epitafio para poner sobre la lápida del PA. Porque la realidad se impone y se muestra empecinada en que en esta tierra no florezca jamás un nacionalismo que nunca ha tenido raices sociales y cuyos débiles balbuceos en todos estos años fueron siempre fagocitados por el régimen socialista que ha sabido manejar durante esos cuarenta años los hilos para, primero, pactar e integrar a sus dirigentes, y después, acabar con ellos y con todo lo que el PA representaba..

El Partido Andalucista. Ese partido que asumió la herencia del padre de la patria andaluza, Blas Infante, que consiguió imponer la bandera blanquiverde como enseña, el escudo de Hércules y los leones como símbolo y el himno que proclamaba “Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad, sea por Andalucía libre, España y la Humanidad” se ha ido consumiendo como un azucarillo en el aguardiente del todopoderoso PSOE. Han sido cuarenta años de vida, cuarenta años que se han esfumado en un abrir y cerrar de ojos con la aparición de otras fuerzas nuevas y emergentes como UpyD, Ciudadanos o Podemos quienes, pese a no tener nada que ver con el nacionalismo andalucista, han sabido hacerse con los votos de unos electores que, visto lo visto, jamás apostaron por un verdadero poder andaluz y solo le prestaron los votos como mal menor.

La única pena es comprobar que los andalucistas, que llegaron a tener un Grupo propio en el Congreso de los Diputados cinco representantes, que tuvieron dos escaños en el Parlamento de Cataluña y hasta diez parlamentarios en la Cámara andaluza, han dilapidado todo un capital político e ideológico por el excesivo protagonismo de algunos de sus dirigentes, como Rojas-Marcos o Pedro Pacheco, por la estupidez de otros y por la falta de un verdadero compromiso con esta tierra a la que en muchas ocasiones han traicionado por salvar sus propios intereses. Descanse en paz el PA y esperemos que Rojas-Marcos lleve razón cuando dice que el andalucismo, ahora en manos del PSOE-A y del PP-A, seguirà viviendo. Ojalá y lleve razón por el bien de esta tierra a la que le falta una identidad propia capaz de movilizarla.

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