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La imagen más ridícula de la dictadura

martes 20 de octubre de 2015, 08:12h

Todos aquellos que, como yo, rondan la edad de la jubilación habrán sufrido un “daja vu” al ver de nuevo aquel famoso reportaje televisivo del baño de Fraga y el embajador yanqui en la playa de Palomares tras la caída accidental de las cuatro bombas atómicas, cincuenta veces más potentes que la de Hirosima, en la provincia de Almería. La firma del acuerdo entre el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Margallo, y el secetario de Estado norteamericano, Jonh Kerry, para descontaminar definitivamente la zona afectada por la radiación atómica cincuenta años después de citado accidente pone de manifiesto lo que todos sabíamos desde hace tiempo, que para los yankis España sigue siendo una colonia casi tercermundista a la que sólo se acude cuando se la necesita por razones estratégicas para que sus aviones reposten en Rota o Morón de camino al Golfo Pérsico, vamos más o menos como Grecia o Turquía.

Cincuenta años tragando contaminación radiactiva sin que nadie, ni los gobiernos de la UCD ni del PSOE ni del PP, haya dicho esta boca es mía me parecen a mí demasiados años por mucha “amistad” que nos una al pueblo norteamericano. Sobre todo porque el accidente en cuestión, “incidente” lo llamaron los medios de comunicación de la época censurados por el régimen, podría haber mandado a la mierda a media Andalucía. Y menos mal que Paco el de la bomba pescó con sus redes otro de los artefactos que cayeron al mar que si no las sardinas o los boquerones almerienses hubieran salido a estas alturas con cinco cabezas, y no precisamente nucleares..

La imagen de Manuel Fraga con ese meyba tamaño XXL seguido por los guardaespaldas metiéndose hasta la cintura en el Mediterráneo, acompañado de un embajador americano que diría para sus adentros “¡qué coño estoy haciendo yo aquí! es una de las más ridículas de toda la etapa de la dictadura franquista solo comparable a la de Franco posando con el venado cazado en Sierra Morena o el tiburón pescado desde el Azor. O, ¿por qué no decirlo? Con la fotografía de Aznar con los pies sobre la mesa en una reunión con Bush. O la de Zapatero y sus niñas góticas con los Obama. Hay imágenes que retratan no solo a los líderes políticos sino a todo el sistema que cada uno de ellos representa. Y, desde luego, la de Fraga bañándose en Palomares con cientos de vecinos con pancartas obligados a aplaudir su gesto nos retrotrae a una época y a una formas que, al menos yo, no quisiera volver en lo que me resta de vida.

Y es que en los últimos tiempos algunos de los llamados partidos emergentes, sobre todo los del entorno de Podemos, están dando señales inequívocas de tratar de utilizar a los medios de comunicación como propagandistas políticos de sus particulares formas de expresión y sus boutades antisistema. Y lo peor es que hay algunos medios, sobre todo en el ambito televisivo, que les siguen el juego y se prestan a ser utilizados sistemáticamente quizás pretendiendo que en un futuro no muy lejano se le paguen los servicios prestados. Siempre es bueno jugar con varias barajas por lo que pueda ocurrir, no sea que a los ciudadanos de este país llamado todavía España les dé por buscar de nuevo unas fórmulas de confrontación social y enfrentamiento que la transición parecía haber arrinconado definitivamente.

A un mes de la cita electoral más importantes de los últimos treinta años las cosas parece estar más o menos como en los comicios municipales y autonómicos, es decir, con dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, que se ven impotentes para convencer a la mayoría del electorado de que el bipartidismo es la fórmula ideal para sacar el país adelante. Así que, si nadie remedia, nos vemos avocados a echarnos en manos de las dos fuerzas que van a ser decisivas para la formación de un Gobierno más o menos estable, ya saben, Ciudadanos y Podemos, o Podemos y Ciudadanos. Tanto monta, monta tanto porque ambos están jugando a lo mismo, a dejarse querer por unos y otros con el fin de sacar la mayor tajada posible cuando llegue el 20 de diciembre y se abran las urnas. Nos encaminamos a una inestabilidad estable o a una estabilidad inestable que puede volver a pasarnos factura económica a un país que todavía no ha podido superar la crisis. Y parece que a la inmensa mayoría de los españoles todo esto le da igual. Yo les pediría, al menos, que piensen no en ellos, sino en sus hijos y nietos que son los que pueden pagar los platos rotos y la factura de un nuevo y más que repetido error político. Y el que avisa no es traidor. No me gustaría nada ver a nuestro presidente bañándose en el Caribe con Nicolás Maduro ni poniendo los pies sobre la mesa con Evo Morales.

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