Pedro Sánchez es presentado por sus adversarios políticos, fuera y dentro del PSOE, como un político tan pagado de sí mismo que es capaz de lo peor -léase pactar con Podemos- con tal de satisfacer su ego personal. Y en ello estaban algunos barones socialistas y numerosos dirigentes populares cuando Sánchez ha asumido la lujuria, democratizándola. Su exceso o demasía en algunas cosas fue en este caso para su militancia, a la que consultará los pactos con otros partidos. Dejaba así en claro fuera de juego a los barones que más le asediaban, liberándose con esta peculiar lujuria democrática de su pesado control.
Sánchez ha salido vivo del comité federal del PSOE. Y si llega a presidente seguramente también saldrá vivo del congreso de su partido, previsto para mayo. El problema de Sánchez no está solo dentro del PSOE. Sigue estando fuera, porque su fuerza electoral es la que es. Los socialistas tal vez ganarían más si reparasen en mayor medida en la soberbia intelectual que aprecia Monedero en Pablo Iglesias, y un poco menos en la lujuria que le atribuye González Méndez a su líder. Si lo hicieran, si salieran a las calles de sus ciudades a preguntar, tal vez encontrarían la respuesta: verían que a día de hoy representan a un partido más rural que urbano y que sus pobladores están seducidos por esa soberbia intelectual y escasamente cautivados por las marchitas rosas socialistas, incluidas las de todos los barones y baronesas.
El PSOE, sus barones y sus jefes de Ferraz, tienen un problema en casa que no saben resolver. En la misma acera de su viejo supermercado, a su izquierda, le han montado un flamante ultramarinos que vende barato, algo que en tiempos de crisis suele dar resultado, al menos a primera vista. Pero veremos qué pasa ahora y cómo funciona la lujuria democrática.