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Moros y cristianos

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 18 de abril de 2016, 11:56h
Algunos parecen creer que las relaciones entre cristianismo y el islam pueden ser algo así como aquellas entre moros y cristianos de las típicas fiestas del levante español. Todos vecinos, alegres y bien avenidos, que se visten de uno y otro bando y se pasean por las mismas calles en amable convivencia porque, por debajo de las indumentarias, hay una educación y unas costumbres comunes. Desvestidos de sus ropajes, terminados los festejos, la vida colectiva sigue por cauces pacíficos entre los dos bandos.

Pero la cuestión no es tan simple en la realidad. Cristianismo e islamismo son concepciones religiosas antitéticas y, en algunos aspectos, incompatibles. Está extendida la teoría por la cual los culpables de un ambiente conflictivo serían los países europeos que no han desarrollado un esfuerzo suficiente para integrar a los nuevos vecinos de origen musulmán. Se argumenta que es por ello por lo que unos miles de musulmanes, de origen o de conversión, se trasladan a combatir en las filas del Daesh o practican el terrorismo en el interior de Europa. Es el fracaso de la integración, se dice. Pero esta es una tesis falsa, aunque se repita como tópico autoinculpatorio. El auténtico fracaso es el de los países musulmanes de los que huyen multitudinariamente y de los que se desintegran voluntariamente para buscar una vida mejor. El radicalismo religioso-político les presiona para evitar que se integren plenamente en un ambiente liberal. Pero esta presión no puede ser eterna.

En Europa son más de veinte millones los musulmanes que conviven pacíficamente en diferentes naciones, formando núcleos de población proporcionalmente importantes en algunas ciudades, hasta el punto de que hay algunas donde tres de cada diez habitantes son de origen musulmán. Al día de hoy se calcula en poco más de tres mil personas las que han viajado a Siria o Irak para alistarse en el Daesh. Ese es el fracaso del yihadismo, no el del europeísmo. La inmensa mayoría de los islamistas no desea regresar a los territorios donde se practica una interpretación radical y extremada del Corán sino que prefieren seguir viviendo y trabajando en el ambiente libre de la sociedad europea. Los que se van forman parte de un núcleo de marginación social que desemboca en esta aberración, como otras personas se sitúan en minorías extremistas antidemocráticas, anárquicas o antiglobalización. La integración no fracasa en la mayoría de las gentes emigradas a Europa y el hecho de que exista una parte significativa de quienes reaccionan contra el medio social europeo que sea de generaciones ya nacidas en nuestro territorio nos demuestra que tal gente no es fruto del desarraigo ni de la pobreza sino de una posición renuente a la integración por razones ideológicas y no por una actitud proveniente de su propia condición étnica, más o menos acomodada a las formas de vida occidentales y al respeto de los derechos humanos. Además existen otras minorías con religiones diferentes y no por ello se plantean problemas de convivencia ni de integración que provoquen violencia. Budistas, hinduistas, mormones, sectas diversas, algunas con tendencias peligrosas al aislamiento de sus seguidores, no provocan sangre ni se lamenta nadie de su mayor o menor adaptación a la convivencia en el interior de la ciudadanía europea.

Esta es la realidad ante la cual los dirigentes religiosos de musulmanes y cristianos deben ponerse cada cual en su sitio. No es misión de los cristianos empeñarse en replantearse el Islam, acercarlo al cristianismo y compartir actos religiosos como si fuesen alternativas, en una especie de confusión relativista. El cristianismo no debe renunciar a su vocación de apostolado ecuménico universal y no debe conformarse con la integración civil como convivencia ocasional, sino desear la conversión. No debe cultivar la diferencia, sino ejercer su anhelo de comunidad de todo el género humano. Es inevitable que el Islam desee también su propia expansión y la conversión de todos los que considera infieles. Lograr que ambas creencias convivan sin violencia es deseable, pero este es un asunto de educación política y no de aproximación dogmática.

La integración desde un punto de vista religioso sería la cristianización de los musulmanes. La integración, desde un punto de vista político, es conseguir el respeto a las leyes de los países hospitalarios, con o sin creencia en sus fundamentos, por el simple motivo de la necesidad de acomodarse a los usos y costumbres de la casa que recibe. En este sentido se echa de menos la presión de la política internacional europea por imponer reciprocidad diplomática a los países que patrocinan el fundamentalismo en mezquitas y enseñanzas en Europa y no respetan la actividad eclesiástica cristiana en territorio islámico. Algo cambiaría si los musulmanes emigrados a Europa llegasen a nuestra tierra acostumbrados a ver como el cristianismo se desenvuelve normalmente en sus países de origen.

Cuando se pontifica sobre fabricantes de armas o conspiraciones maquiavélicas para explicar el terrorismo se está engañando a las gentes bobaliconas. El terrorismo usa productos de droguería, ollas a presión y cinturones explosivos que son como cananas de cazadores. Ni necesita armas de mercado ni compra aviones de combate. Tampoco necesitaba de tales medios el anarquismo del siglo pasado. El Islam retrógrado y salvaje no es producto de ninguna deficiencia de occidente sino de su propio fanatismo. Si alguna vez surgiese un auténtico Islam a la europea no sería porque el cristianismo convierta su fe en una simple alternativa compatible, en una especie de parlamento, con otros dogmas, como un partido político, sino porque su lógica de la libertad individual se traslade al absurdo de inspiración tiránica que considera la expansión de sus conceptos por medio del exterminio de los infieles. Entre tanto no se imponga la lógica de la libertad se debe hablar menos de un fracaso de la integración social y mejorar el esfuerzo por defender las áreas de una Europa libre de los asaltos de las minorías extremistas. Lo primero es defender la vida pacífica y laboriosa de la sociedad europea que es la que también han elegido para sí mismos y sus familias los millones de musulmanes regularmente establecidos en Europa y combatir sin debilidades ni autoinculpaciones a los enemigos de que “moros y cristianos” puedan vivir como les venga en gana y sin molestar al prójimo.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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