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El presidente se divierte

jueves 27 de octubre de 2016, 17:32h

Puede que no tenga, que no la tiene, aquella dorada mayoría absoluta de hace cinco años. Pero la verdad es que este jueves, en el primer 'round' del debate de investidura, Mariano Rajoy se divirtió no poco; tiene el resultado, aunque exiguo, asegurado, ve cómo el PSOE se debate en sus contradicciones -menuda papeleta para el portavoz socialista, Antonio Hernando, que salvó los muebles, la cara y la abstención del sábado como pudo--, ve a Rivera en la necesidad de apoyarle, aunque no le guste, y va a Pablo Iglesias... Bueno, con Pablo Iglesias el 'cara a cara' parlamentario con Rajoy resulta hasta gracioso. O lo sería si no fuese porque el líder de Podemos, que tiene sus dotes parlamentarias sin duda, pierde de pronto el control y se dedica, desde el atril, a decir cosas intolerables como que la Cámara de los diputados está llena de 'potenciales delincuentes'. Y claro, ya está el follón asegurado, que es lo que a veces parece que se pretende.

Rajoy, que no pierde la calma chicha ni en las circunstancias más adversas, mucho menos la pierde cuando llega la bonanza. De momento, este sábado resultará investido presidente del Gobierno, que es lo que (le) importa; después llegará el gobernar apoyándose en unos u otros, o en unos y otros, o en unos contra otros. Le tiene tomada la medida a sus contrincantes, y sabe que a ninguno de ellos le conviene una Legislatura demasiado corta, y es también perfectamente consciente de que el país necesita un período de estabilidad y calma para afrontar la tormenta que nos viene, Unión Europea y Cataluña incluidas: se abre una etapa difícil, lo ha repetido Rajoy hasta la saciedad, pero es difícil, sobre todo, para quien no tiene ni la organización ni los votos suficientes como para someterse, a corto plazo, a una nueva confrontación electoral. Y eso les ocurre tanto al PSOE como, en menor medida, a Ciudadanos y al propio Podemos.

Claro que le vimos relajado, chistoso incluso en algunos momentos, sacando a pasear su sorna sobre todo frente a ciertos patinazos, quizá buscados, de Iglesias. Pero, más allá de las anécdotas, yo diría que la primera jornada del debate de investidura tuvo mucho calado: el dejar patente hasta dónde debe llegar un Gobierno que no se base en el 'ordeno y mando' de las mayorías absolutas y hasta dónde una oposición que no se limite a aferrarse al 'no, no, no' que ya se ve que ha resultado estéril y bastante castigado por las urnas en las dos confrontaciones electorales de los últimos diez meses. Antonio Hernando, que es una voz no muy relevante del PSOE, pero es la que ahora hay, cambió el rumbo seguido hasta ahora por su partido, al sugerir que el papel de los socialistas será impulsar reformas de trascendencia desde la oposición parlamentaria; o sea, lo mismo que lleva sugiriéndoles Albert Rivera desde hace meses, sin que Sánchez, empeñado en encaramarse a La Moncloa, quisiera enterarse.

Qué duda cabe de que si Pedro Sánchez, que se equivocó dramáticamente en su táctica, en su estrategia y en sus planteamientos generales, hubiese escogido a tiempo la gran coalición, o similares, hubiese impulsado, desde una vicepresidencia del Gobierno, esas reformas imprescindibles que ahora tan trabajosamente habrá que sacar adelante, arrancándoselas -algunas, como los cambios en la Constitución- a un Rajoy que se dice ahora reformista, pero cuyo talante está lejos de serlo. Pero él, Mariano Rajoy, también tendrá que replantearse a fondo las cosas; de momento, sus discursos han aportado algún avance en cuanto a voluntad de pactos y regeneración. ¡Y hasta admite que hemos entrado en una nueva etapa! A este paso, acabará reconociendo que nos hallamos ante una segunda transición, cosa que aún niega con denuedo.

Se ha perdido casi un año en busca de esta definición del papel que debe jugar un Gobierno en minoría y una oposición en desconcierto. Ignoro lo que hará el ex secretario general Pedro Sánchez a continuación, si dejar el escaño, como creen algunos, o impulsarse como candidato a sustituirse a sí mismo al frente del PSOE -personalmente, más bien creo lo primero--. Lo que es seguro es que ese juego, básico para la democracia, entre Gobierno y oposición ya no pasa por Sánchez y, en cambio, y en buena parte gracias a los errores de Sánchez, que quería enviarle al ostracismo, sí pasa por Rajoy. Por eso el presidente en funciones y candidato a mantenerse en la presidencia estaba tan, tan divertido que casi le bailaba la coña galaica en los ojos: ha visto pasar ante su puerta el cadáver de su enemigo.

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