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Frustradas, amargadas, rabiosas y fracasadas

lunes 28 de noviembre de 2016, 10:06h

Se ha publicado estos días, y circula por las redes sociales, un video en el que el alcalde de Alcorcón, David Pérez, del PP, en una intervención realizada en el VI Congreso de Educadores católicos dice que las mujeres que participan en los movimientos feministas son frustradas, amargadas, rabiosas y fracasadas. Y dice, como si fuera algo horrible, que las mujeres feministas tratan de influir para cambiar las legislaciones opinando y a veces imponiendo sus ideas.

Poco después, una vez difundidas estas barbaridades, este señor ha dicho que sus declaraciones se han sacado de contexto y no se han entendido. La verdad es que son difíciles de entender y lo primero que una piensa es si hay algún contexto en el que se puedan decir estas cosas sin que se te caiga la cara de vergüenza. Sobre todo si tenemos en cuenta la legislación específica sobre los temas de género en España. Y aunque la desigualdad de género y la discriminación de la mujer existen en todo el mundo, nos vamos a referir aquí a España.

No hace mucho, en 1944, es decir hace 72 años (un tiempo que si hablamos en tiempos históricos es un suspiro y si lo hacemos en términos de edad biológica está al alcance de la mano), en el Código Penal español se recogía el uxoricidio honoris causa, una atenuante total por la que se eliminaba la culpabilidad del marido que matara a la mujer o al adúltero sorprendidos en flagrante adulterio. Y aunque parezca mentira, este artículo estuvo vigente hasta 1963, con el consentimiento y complicidad de la Iglesia católica, que tuvo una todopoderosa dominación en la cultura e ideología de la sociedad española. Y solo se eliminó, entre otras cosas, gracias a algunas voces valientes (la mayoría de mujeres) que en plena dictadura franquista se atrevieron a denunciar semejante atrocidad.

Hasta que se promulgó la Constitución de 1978, hubo mujeres admirables que se organizaron como podían en una dictadura que no fue ninguna broma y lucharon contra una situación en la que legalmente se establecía una dependencia absoluta de la mujer con respecto al hombre. Veamos algunos ejemplos:

• Hasta 1981 (sí, 1981, hace 35 años), la mujer tenía que pedir permiso a su marido para poder trabajar, para cobrar su salario, para montar un negocio, para abrir una cuenta corriente bancaria o para sacar el pasaporte o el carné de conducir.

• La mujer soltera era considerada como si fuera menor de edad y no podía abandonar la casa sin el consentimiento paterno. Muchas mujeres se casaban para escapar de esta situación.

• La mujer casada tenía la misma nacionalidad y vecindad civil que su marido, quien podía disponer de los bienes comunes sin su consentimiento. Además, el adulterio de la mujer constituía causa legítima de separación para el hombre en cualquier caso. Sin embargo, en el caso del marido, solamente se consideraba esta causa si había escándalo público o menosprecio para la mujer.

• Hasta el 22 de junio de 1981 no se aprobó la Ley de divorcio. Y podríamos pensar que la votación fue unánime, pero no fue así, ni mucho menos: La ley fue aprobada por 162 votos a favor frente a 128 en contra y 7 votos en blanco, ya que los sectores más conservadores y religiosos (los mismos que ahora se niegan a la igualdad de género) no querían el divorcio porque iba contra el ideario de la Iglesia católica. Pero a pesar de representar un paso adelante, esta ley ponía difícil el divorcio: era necesaria la previa separación judicial, un año sin convivir ininterrumpidamente, etc. Muchos obstáculos para disolver un matrimonio por la simple voluntad de los cónyuges o uno de ellos. Hasta el año 2005 no se aprobaron las reformas que rigen actualmente.

¿Es de extrañar que esta situación provocara frustración, amargura y rabia en las mujeres? Lo raro sería lo contrario. Podría pensarse que los avances que se han producido en los últimos años (insisto, que en su mayor parte se deben a las luchas y movilizaciones de las mujeres), han terminado con la discriminación y la desigualdad de género. Pero nada más lejos de la realidad, por desgracia.


Si bien, una mujer se puede divorciar, todavía está lejos de tener reconocido el derecho a elegir libremente si quiere ser madre o no; sus salarios (a igual trabajo) son, según Eurosat, el 18,8% más bajos que el de los hombres (la brecha salarial de género en España es la sexta más alta de la Unión Europea), su presencia en consejos de administración o puestos directivos es del 19% (en la Real Academia Española, por ejemplo, hay 8 mujeres de un total de 44 académicos) y está muy lejos de alcanzarse la plena igualdad en la participación, oportunidades y reconocimiento de mujeres en la cultura. Estas son alguna de las razones para cualquier mujer sienta frustración, rabia, amargura e indignación.

Y sorprende sobre todo que socialmente se piense que no es un trabajo la actividad que realizan millones de mujeres que trabajan en sus casas, cuidan y crían de sus hijos, y de sus mayores, y realizan múltiples tareas domésticas. Un trabajo que representa miles de millones de euros y que las mujeres realizan gratuitamente. Un trabajo invisible que convierte a las mujeres en ciudadanas de segunda categoría. Pero quizás lo más duro sea ver cómo crece el machismo entre las nuevas generaciones.

Según un reciente estudio realizado por el CIS, el 33% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años considera «inevitable» o «aceptable» la denominada violencia de control. Es decir, les parece bien que un chico impida a su pareja que salga con quién quiera, vista cómo le plazca, decida ponerse a trabajar o a estudiar y aceptan que el hombre vigile y controle lo que hace la mujer durante todo el día. ¿Nos estamos tomando esto en serio? Yo creo que no.

Las numerosas víctimas mortales de la violencia machista, por no hablar de las que sufren malos tratos físicos o psíquicos, son la consecuencia de este machismo. Para quien haya tenido una relación directa con un caso de violencia machista y haya asistido a una mujer maltratada (o a sus hijos o hijas) sentimientos como la frustración o la amargura se quedan muy cortos.
Indignación, rabia o furia son las legítimas sensaciones que se tienen cuando has visto a una mujer herida, humillada, deshecha, con la autoestima por los suelos por el maltrato machista. No digamos cuando la víctima es asesinada.

Afirmaciones como las que ha hecho Pérez alimentan ese ideario nada inocente del que se nutren ese tipo de mentalidades que justifican las conductas machistas. Es imprescindible una educación desde la infancia que instruya sobre la igualdad de género. Y cuando las feministas se manifiestan y rebelan contra este estado de cosas lo menos que podemos hacer, mujeres y hombres, es unirnos a ellas y agradecer su valentía y su coraje para opinar, denunciar y exigir que cambien las leyes.

@lourdeslucia10

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