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La renuncia de Chávez

La renuncia de Chávez

martes 15 de enero de 2008, 04:26h

 

Según Andrés Izarra, en su restaurado papel de ministro de Información, las tres "r" en minúscula muy pequeñita con que Hugo Chávez pretende ahora borrar la "R" en mayúscula inmensa de la Revolución se resume en una simple acción de caballería: los ministros a la calle. Todos sabemos, sin embargo, que nada en esta operación de salvamento es auténtico. Apenas otra cortina de humo para disimular la realidad de que revolución que se detiene y no avanza, como la de Chávez, sencillamente no es revolución. De ahí, por ejemplo, la prudencia con que se asume en Cuba la aplicación de los inexorables cambios políticos y económicos por venir en los próximos meses.

 

Lo cierto es que, a pesar de sus habilidades tácticas, Chávez ha carecido de una visión estratégica verdaderamente revolucionaria. Ese es el gran pecado original del proceso. El estrepitoso fracaso del 4 de febrero no le sirvió a los alzados de aquel día para darle al suceso el valor que sí supo fijarle Fidel Castro a su derrota en el cuartel Moncada, piedra fundacional de la revolución cubana. En cambio, Chávez, a la hora de afrontar el momento amargo de la capitulación, prefirió desviar pragmáticamente sus energías hacia la ruta electoral. Un cambio estratégico decisivo. La revolución bolivariana murió así antes de nacer. Consecuencia directa de ese error fue el 11 de abril. Inevitablemente, los decretos leyes de la Habilitante, promulgados en noviembre del año anterior, tenían que provocar un acto de tan rotunda desobediencia civil y militar.

 

Lo que nadie se explica es que apenas dos días más tarde, cuando factores inesperados le permitieron a Chávez regresar a Miraflores, en lugar de aprovechar el momento para profundizar el proceso, volvió a distraer sus fuerzas en un imposible compromiso de rectificación. Luego no le quedó más remedio que acudir a las urnas del referéndum revocatorio. El fraude continuado, la misión Identidad, Barrio Adentro, los cubanos y Jimmy Carter le salvaron entonces la vida, pero desde ese día, hasta su reelección en diciembre de 2006, el proceso bolivariano sólo ha sido revolucionario en el plano de la retórica. En el terreno de los hechos concretos, pura corrupción, pura insuficiencia para gobernar, puro desastre. Y sólo magia de caudillo multiplicador de panes y peces, la dichosa chequera de Bolívar, para conservar la resonancia popular de su liderazgo a pesar del gran disparate nacional de su gobierno.

 

Finalmente, Chávez creyó que había llegado el gran día.

 

No comprendió que una cosa era darle el voto a un presidente que distribuye sin control alguno la riqueza del país desde que en vísperas del revocatorio inventó sus programas de emergencia social, y otra muy distinta suponer que ese respaldo se extendía a los extremos que anunció en sus discursos del 8 y 10 de enero de 2007. ¿Socialismo a la cubana en la Venezuela consumista de la opulencia petrolera? ¡Por favor! Ni en sus delirios más excepcionales los venezolanos estaban dispuestos a eternizar a Chávez en el poder, permitir la ideologización de sus hijos en las escuelas, aceptar formas colectivas de propiedad, entregar sus vidas y su voluntad a una sociedad militarizada hasta la médula. La más costosa confusión estratégica de Chávez. Sobre todo, cuando decidió poner en juego su propia existencia política en el asador del referéndum del 2 de diciembre. Votar por el Sí, advirtió, es votar por Chávez; votar No, votar contra Chávez.

Un referéndum revocatorio anticipado

No se trata, pues, de rectificar el rumbo nueve años después, revisar esta o aquella política, poner a trotar a los ministros. El No del 2 de diciembre, por exclusiva decisión de Chávez, también fue un voto de rechazo al promotor de la nueva constitución.

 

Desde esta perspectiva, las tres "r" de Chávez equivalen a una renuncia. Idéntica a la de Charles de Gaulle, cuando tras la rebelión del mayo francés sometió a los electores un proyecto de reforma constitucional para relanzar su quinta República. La diferencia es que mientras Chávez insiste en restarle importancia al triunfo de sus adversarios descalificándola como "victoria de mierda" y aunque casi la mitad de sus partidarios le dieron la espalda, el viejo y orgulloso general admitió su derrota de inmediato y, como el resuelto guerrero que nunca dejó ser, interpretó la pérdida de confianza de los electores como el punto final de su carrera. En esos gestos de dignidad radica precisamente la grandeza de los grandes hombres.

 

Armando Durán
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