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El problema crucial de una victoria

El problema crucial de una victoria

lunes 10 de marzo de 2008, 18:34h
           Con la victoria sin ambages de Rodríguez Zapatero, más victoria aún por cuanto ha resistido cuatro años de intensa ofensiva de la oposición popular con su poderosa cohorte mediática, y ha sabido rematar la campaña electoral con dignidad, se abren numerosos dudas de resolución necesaria y a veces inmediata que, probablemente, el presidente en funciones ya habrá considerado en las simulaciones de escenarios que todo político tiene que recrear. Y aunque las circunstancias de los últimos meses no han sido las más propicias para atender a este juego de previsiones, también se ha contado como factor positivo con unas series muy permanentes de resultados electorales según las cuales se mantenían o crecían moderadamente los resultados de los dos partidos mayores, retrocedían Izquierda Unida y Ezquerra Republicana de Cataluña y conservaban sus escaños los dos partidos nacionalistas de centro-derecha. En resumen: de no alcanzar mayoría absoluta, Rodríguez Zapatero debería pactar con una formación política que le aportase los votos necesarios para completarla, porque gobernar negociando los apoyos singulares a cada proyecto o asunto es muy dificultoso y se pagan altos precios políticos (o de los otros) como ya le ocurriera a UCD en la I Legislatura.

            Las alternativas son simples, porque bastan siete votos para configurar una mayoría absoluta. Sin embargo solamente el pacto con CIU daría suficiente desahogo a una política de gobierno que, si se atiende al contenido de los programas electorales, no presenta incompatibilidades insalvables entre una y otra formación. Muy claramente Duran i Lleida, uno de los máximos valores de la política española y catalana -¿ por qué me recuerda tanto a Miquel Roca?- ha enunciado las líneas maestras de sus exigencias para colaborar en el gobierno de Rodríguez Zapatero, bien formando parte de él o mediante apoyo parlamentario. Quizá una mayor implicación de CIU en los asuntos del Estado daría mayor consistencia al gobierno y facilitaría un reencuentro fructífero entre Cataluña y un sector de la sociedad española, que la política anticatalana del partido popular enfrentó con la excusa de las concesiones de competencias en la tramitación del Estatut, que luego serían bendecidas en los de Valencia y Andalucía.

            Pero el problema crucial que se presenta tras esta victoria es traer sosiego a una sociedad desunida y crispada, en la que durante los últimos cuatro años ha tomado una gran implantación la descalificación global  de los adversarios y  se han empleado toda clase de patrañas y hasta juicios calumniosos para tratar de erosionar a la opción gobernante. Ahora, ante el fracaso electoral, algunos analistas critican con dureza la  labor de oposición del partido popular y su alineamiento con el sector más reaccionario y montaraz del partido, abandonando al electorado centrista. Habrá que ver si los analistas del propio partido entienden que ha sido una estrategia equivocada, y que es imposible un diálogo siquiera sobre las políticas de Estado si falta esa contención, o mesura  o al menos respeto por las posiciones contrarias: con Rajoy o sin él.

            Supuesto este requisito indispensable, Rodríguez Zapatero tiene que hacer un esfuerzo tenaz para llegar a acuerdos con los conservadores sobre los asuntos que pueden considerarse como política de Estad  para sustraerlos al altercado que intentarán promover los más partidarios de seguir la confrontación. Hay que tener presente que no se trata de contiendas dialécticas: como se comprueba a diario, crecen sentimientos que van más allá del aborrecimiento del contrario, que superan el mero antagonismo. Hay un peligro real de despertar los odios entre sectores de la población  y entre territorios. Lo más urgente es conjurar este peligro.

 
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