Todavía prevalecen –en toda su belleza ancestral- las creencias de que si ofendes a Dios en Semana Santa, serás castigado convirtiéndote en mono, en gallina o en “pescao”, si te subes a un árbol, juegas en el patio o te bañas en el río el Viernes Santo. En el interior panameño todavía se guardan las costumbres venerables de la Semana Mayor y el respeto por la tradición religiosa. Se espera que unos 250 mil panameños se desplacen a partir del jueves a mediodía, la mayoría de ellos para pasar en familia ese feriado, el más importante después de los carnavales.
Ayer domingo inició la semana, celebrando la entrada de Jesús a Jerusalén en un borrico. Hace mil 975 años Jesús fue recibido por sus seguidores, que agitaban ramas de olivo y palma a su paso, sabiendo que llegaba a cumplir un destino: morir en la cruz por la humanidad. La iglesia y los feligreses guardan esas ramas, que son quemadas para producir la ceniza que se untará en sus frentes el próximo Miércoles de Ceniza, cuando inicia la cuaresma.
A partir del jueves, y hasta el sábado, no se vende licor en ningún lugar de la república, ni en los hoteles; pero desde el miércoles los panameños se abastecen para tener una provisión que consumen en un extraño silencio a pesar de los efectos que les produce la ingesta. Por lo menos así ocurre en los mayores; los más jóvenes se atreven a irrespetar las tres de la tarde del viernes con algún reggae, que es recriminado por los abuelos.
Todo volverá a la normalidad el lunes, esperando la quincena para reponer los gastos de la celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo.
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