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China desmintió datos sobre el número de muertos, ofrecidos por los tibetanos exiliados

martes 18 de marzo de 2008, 02:29h

China se defendió el lunes de quienes le acusan de haber reprimido violentamente las protestas en Tíbet, mientras el parlamento tibetano en el exilio le acusó de haber matado a cientos de personas, a cinco meses de los Juegos Olímpicos.

El presidente de la región autónoma de Tíbet , Qiangba Puncog, responsabilizó de la violencia de los últimos días a "manifestantes tibetanos" quienes, según él, mataron a "13 civiles inocentes" en Lhasa, capital de Tíbet.

Sin embargo, el gobernador no hizo ninguna referencia a las personas que podrían haber muerto a manos de la policía y ejército, como afirman los grupos pro-tibetanos.

Por su parte, el primer ministro tibetano en el exilio, Samdhong Rinpoche, dijo el lunes en Dharamsala, al norte de India, a la prensa que unas 100 personas habrían muerto en los disturbios en Tíbet, mientras el Parlamento en el exilio en esta misma ciudad se refirió en comunicado a la probabilidad de que hubiera centenares de muertos.

"Es muy difícil precisar el número de muertos, pero pienso que se acerca a 100", dijo Rinpoche.

Puncog explicó que el ejército sólo intervino después de las protestas, provocadas, según Pekín, por los "partidarios" del Dalai Lama, líder de los budistas tibetanos exiliado desde hace 49 años en India. El responsable de Pekín explicó que los policías no efectuaron ni un solo disparo apuntando a las personas, tan sólo tiros al aire para dispersarlas.

Sin embargo, los testimonios recogidos entre residentes y turistas afirman que sí hubo tiroteos entre el viernes y el domingo, durante las manifestaciones que recordaban el 49º aniversario del alzamiento de Lhasa, que fueron las más violentas de los últimos veinte años.

Las autoridades chinas que dominan Tíbet marcaron como plazo hasta la medianoche del lunes para que los tibetanos que participaron en los disturbios se entreguen y advirtieron que las personas que les den refugio serán castigadas.

Las informaciones sobre lo que realmente está pasando en Lhasa son pocas. Se sabe que la ciudad está cercada por el ejército y que las fuerzas de seguridad chinas recorren su corazón histórico, escenario de las protestas del fin de semana.

Las autoridades chinas reafirman que la calma ha vuelto a la ciudad pero desaconsejan a los turistas que entren en ella por razones de seguridad. Los periodistas necesitan un permiso especial para entrar.

Las protestas se propagaron a otras áreas de China con población de etnia tibetana y que muchos tibetanos consideran todavía parte de su patria ancestral.

Según grupos de activistas, al menos ocho personas murieron, entre ellos un estudiante de 15 años, cuando la policía disparó contra cientos de manifestantes tibetanos en la ciudad de Ngawa, en la provincia de Sichuan, el domingo.

Por primera vez, un ministerio de Relaciones Exteriores occidental, en este caso La Haya, convocó a un embajador chino para comunicarle "su preocupación por lo que está ocurriendo en Lhasa".

La secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, pidió el lunes a China que converse con el Dalai Lama y Londres y Moscú mostraron su preocupación.

El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, pidió "compostura" a Pekín, e hizo votos para que "todos los involucrados" eviten "mayor confrontación y violencia".

Pese a todo, la mayoría de países occidentales consideraron contraproducente un boicot de los Juegos Olímpicos de Pekín de agosto próximo.

La presidencia eslovena de la Unión Europea (UE) aseguró por su parte que un boicot de los Juegos sería "muy perjudicial para el deporte".

El Comité Olímpico Internacional (COI) expresó su esperanza de que la llama olímpica, que debe atravesar ese territorio en junio, "prosiga su camino como estaba previsto".

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